Era nuestro aniversario. Íbamos con mi mujer, Noelia, a conocer las tribus del Amazonas y pasar una experiencia turística-antropológica en el tropical Brasil del que habíamos oído tanto. 
El avión se estrelló. Noelia murió como casi toda la tripulación y sobrevivimos solo cuatro. 
Entre los árboles quedó el fuselaje y apenas pudimos liberarnos del hierro fundido. 
Sin embargo, una vez que logramos salir, encontramos que los problemas recién comenzaban. A los dos días de caminar fuimos atacados por aborígenes. No fue una lucha, fue una cacería. Las cerbatanas infectadas con veneno nos redujeron en cuestión de instantes. Cuando despertamos nos encontramos atados a unos palos y amordazados. Una mujer anciana se acercó a nosotros y nos golpeó con una vara. Nos pintaron el rostro con barro de colores y nos dieron a beber alguna pócima que nos transportó a una visión compartida e inesperada. Era alguna clase de droga que usaban para confraternizar. Todos la tomaban y el estado de trance al cual arribaban era de un universo idéntico para todos: los mismos fantasmas, los mismos olores, el mismo espacio y un solo corazón latiendo enérgico por todos. 
Nos asimilaron. Luego de cuatro meses de beber las pócimas, caminar descalzos y de tener sexo todas las noches con jóvenes distintas solo para que nos dieran otra pócima y así poder seguir con las cópulas, quedamos tanto más pegados a su mundo que era difícil pensar en  irse. Ni siquiera recordábamos bien el pasado. Era confuso y lastimaba el solo intento. Cazábamos. Fermentábamos una curiosa bebida a base de maíz que llamaban "chicha" escupiendo y revolviendo para lograr el brebaje más reparador del que he tenido noción. 
Al cabo de un tiempo el anciano nos invitó a su tienda. Apenas entramos nos golpearon con tanta brutalidad que pensé que íbamos a morir allí mismo. Sin embargo nos dieron la chicha y parecía como si hubiésemos resucitado. En términos occidentales podría decir incluso que estuvimos clínicamente muertos. 
Luego de ese episodio fuimos llevados a un viejo cementerio y nos enterraron. Nos dejaron así, conscientes y alertas por cinco días. 
A la sexta jornada trajeron una extraña máquina que parecía salida de un laboratorio de la NASA. Una inmensa bobina con unos tubos metálicos que condensaban alguna clase de energía en forma de rayos azules. Nos apuntaron y el aparato envió un poderoso campo de luz sobre nosotros. Fuimos invadidos por sonidos, colores, imágenes, recuerdos y visiones del futuro. Cuando abrimos los ojos nuestros anfitriones tenían puestos unos cascos azules brillantes. Era extraño y alocado. Sus cuerpos flacos y fibrosos casi desnudos y curtidos apenas tapados con un taparrabos y la cabeza cubierta con ese extraño yelmo espacial. 
En ese momento nos desenterraron y nos pusieron en círculo. Nos entregaron unos palos con puntas y nos arengaban a que peleáramos. Al principio no queríamos pero sus métodos eran convincentes. Nos apuntaron y dispararon con el aparato y el dolor era insoportable. Comenzamos tímidamente a jugar a pelearnos pero de a poco la furia se fue apoderando de todos y arremetimos como animales hambrientos de sangre unos contra otros. 
Yo era joven y fuerte y maté a mis tres camaradas. Los dejé sangrando en el piso. Jadeaba y tomaba aire desesperado. 
Miré a mi alrededor y aquí lo más extraño de todo: no sentí culpa. 
Solo alivio. Satisfacción de estar vivo. Felicidad infinita. Éxtasis.
Me dijeron que estaba listo para volver a mi mundo y me dejaron como recuerdo una cicatriz en el brazo hecha con un planta con espinas tan puntiagudas que arrancaba la piel con una caricia.
Corrí. Durante tres días corría, comía, dormía y volvía a correr. Nunca sentí cansancio. Era una bestia totalmente salvaje huyendo por su vida. Aunque tampoco sabía de que huía, los mayíes me habían dejado ir pero el instinto de correr era más fuerte y corrí.
Al tiempo llegué a un pueblo y de alguna manera, consulado mediante, volví a Francia. Cuando llegué ya me habían dado por muerto y no hice ningún intento por volver a mi vida anterior 
¿De qué hubiese servido? 
Comencé una carrera enviando artículos a diarios que gustaron y así comencé mi vida de investigador, compilador y narrador. 
Siempre me pregunto si lo que viví fue real. 
Claramente aquellos aborígenes alienígenas me dejaron ir. 
Me pregunto por qué habrá sido.

JEAN-LUC LEBIT, 1976 "ARTÍCULOS Y PUBLICACIONES DE JEAN-LUC LEBIT" (Ed. Le Lyon D´or)

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