Luego de la destrucción casi completa del mundo, los alienígenas establecieron sus colonias en la Tierra y sometieron a la mayoría de los humanos.
Los pocos que sobrevivieron y eligieron ser libres se agruparon en diversas tribus meta-urbanas escondidas bajo los escombros de ciudades abandonadas y no colonizadas.
Gente de todas partes. Puros y mutantes, asesinos y santos. Ladrones, sicarios, monjas sin dios, buscadores de tesoros, alquimistas, vendedores de drogas y fabricantes de pócimas y remedios, cirujanos de hombres y mecánicos de robots e implantes cibernéticos, radiólogos y rastreadores de huellas invisibles. Había visionarios, mediums, lamas perdidos, brujas y tarotistas, físicos cúanticos buscando rearmar el domo mayor para protegerlos de la radiación, domadores de leones sin más oficio que el del látigo, siervos y aún esclavos sin nadie a quien servir ni de quien liberarse; había enfermos terminales irradiados con triozina, adictos a la morfina y al decazón, peluqueros y sastres; niños sin padres y madres sin sus hijos y cada uno unido a otro con el único vínculo de la necesidad desesperada por existir y seguir peleando.
Se llamaban a sí mismos clanes, sectas, bandas, crews, hordas o sindicatos; se auto-denominaban grupos de construcción o de arrebato, cuerpos de ataque o defensa, líneas de choque o de conservación, los había armados y estaban los pacíficos y jamás, en toda la historia de esta nueva conformación social hubo ninguno que se declaró bueno ni malo.
Estaban todos atados a un solo propósito y a una sola fe: sobrevivir.
Un día se reunieron todos bajo la ciudad derruida. Allí estaban Los Hombres-Oso, los Monos del Sur, las Difuntas y Aparecidas, los Contadores de Dios, las Avellanas con Ojos y los Druidas de Sal.
También se acercaron miembros perdidos de antiguas bandas de forajidos y prostitutas organizadas en grupos poderosos como los Clonadores de Serpientes, las Mantarayas Asesinas, las Hijas del Dulce Veneno y las Hiedras Verdes.
Desde el Sur, de las tierras de los constructores cibernéticos se acercaron mercenarios sin amos, a los que siguiendo la tradición oriental llamaban Cyber-Ronin: los Congeladores de Huesos, los Meta-Tornados, Las Sibilas de la Luz, las Amantes de la Muerte, y el único grupo mixto llamado la Hermandad de la Parca.
También habían llegado contra todo pronóstico los grupos semi-salvajes de los Adoradores del Viento, Las Hijas de la Sangre, y la muy extraña y solitaria secta mística de los Amantes del Eufrates.
Entre todos sumaban unos veinte mil individuos y fueron atraídos hacia allí con la promesa de un pago descomunal: la posibilidad de deshacerse de los invasores.
Fue llamado el Día de la Paz y solo porque no se masacraron entre ellos. Se armó un ejército con lo que en otro momento de la historia hubiese sido llamado lo peor de la humanidad.
Y sin embargo, extraño como fuere, esos hombres, mujeres y mutantes salvaron al mundo.
JÜRGEN DAMMER, 1983, "LA GESTA DE LOS DESCASTADOS" (Ed. Vianni & Perch)
Los pocos que sobrevivieron y eligieron ser libres se agruparon en diversas tribus meta-urbanas escondidas bajo los escombros de ciudades abandonadas y no colonizadas.
Gente de todas partes. Puros y mutantes, asesinos y santos. Ladrones, sicarios, monjas sin dios, buscadores de tesoros, alquimistas, vendedores de drogas y fabricantes de pócimas y remedios, cirujanos de hombres y mecánicos de robots e implantes cibernéticos, radiólogos y rastreadores de huellas invisibles. Había visionarios, mediums, lamas perdidos, brujas y tarotistas, físicos cúanticos buscando rearmar el domo mayor para protegerlos de la radiación, domadores de leones sin más oficio que el del látigo, siervos y aún esclavos sin nadie a quien servir ni de quien liberarse; había enfermos terminales irradiados con triozina, adictos a la morfina y al decazón, peluqueros y sastres; niños sin padres y madres sin sus hijos y cada uno unido a otro con el único vínculo de la necesidad desesperada por existir y seguir peleando.
Se llamaban a sí mismos clanes, sectas, bandas, crews, hordas o sindicatos; se auto-denominaban grupos de construcción o de arrebato, cuerpos de ataque o defensa, líneas de choque o de conservación, los había armados y estaban los pacíficos y jamás, en toda la historia de esta nueva conformación social hubo ninguno que se declaró bueno ni malo.
Estaban todos atados a un solo propósito y a una sola fe: sobrevivir.
Un día se reunieron todos bajo la ciudad derruida. Allí estaban Los Hombres-Oso, los Monos del Sur, las Difuntas y Aparecidas, los Contadores de Dios, las Avellanas con Ojos y los Druidas de Sal.
También se acercaron miembros perdidos de antiguas bandas de forajidos y prostitutas organizadas en grupos poderosos como los Clonadores de Serpientes, las Mantarayas Asesinas, las Hijas del Dulce Veneno y las Hiedras Verdes.
Desde el Sur, de las tierras de los constructores cibernéticos se acercaron mercenarios sin amos, a los que siguiendo la tradición oriental llamaban Cyber-Ronin: los Congeladores de Huesos, los Meta-Tornados, Las Sibilas de la Luz, las Amantes de la Muerte, y el único grupo mixto llamado la Hermandad de la Parca.
También habían llegado contra todo pronóstico los grupos semi-salvajes de los Adoradores del Viento, Las Hijas de la Sangre, y la muy extraña y solitaria secta mística de los Amantes del Eufrates.
Entre todos sumaban unos veinte mil individuos y fueron atraídos hacia allí con la promesa de un pago descomunal: la posibilidad de deshacerse de los invasores.
Fue llamado el Día de la Paz y solo porque no se masacraron entre ellos. Se armó un ejército con lo que en otro momento de la historia hubiese sido llamado lo peor de la humanidad.
Y sin embargo, extraño como fuere, esos hombres, mujeres y mutantes salvaron al mundo.
JÜRGEN DAMMER, 1983, "LA GESTA DE LOS DESCASTADOS" (Ed. Vianni & Perch)