Instaló las bombas en las fuentes de energía del edificio.
Activadas y con un conteo de sesenta segundos salió corriendo hacia el lugar
que había preparado para salvar su vida. Una pequeña cápsula de metal de vanarium de
forma circular, en donde se metió en posición fetal. Con un dedo activó el
comando que comenzaba el proceso de compresión del espacio. Una espuma
gelatinosa moldeaba por completo el cuerpo ovillado de Nando dejando solo un
tubo con oxígeno conectado a una fuente de energía comprimida.
El vanarium era metal cálido. Había muy poco y
provenía de algunos meteoritos que habían llegado a la Tierra durante una serie
de sucesos en los que chocaron con la atmósfera unas piedras incandescentes
destruyendo un pueblo del interior de Rusia.
Los científicos creyeron que una vez que la temperatura helada
enfriara las rocas, éstas dejarían su color anaranjado por uno más neutro, gris
o marrón. Sin embargo las rocas nunca perdieron su calor. Al contrario parecía
que tuviesen dentro un magma hirviente que las mantenía calientes.
Con pesadas máquinas taladraron el centro de una de ellas buscando
alguna clase de esencia energética y solo consiguieron que cada pedazo quedara
encendido como carbón ardiente.
Cuando Nando tuvo aquella visión en la que un águila púrpura y gris
perla le hablaba en un idioma que desconocía mientras lo miraba de costado con
un ojo impenetrable, supo que lo que tenía que hacer aún antes de que
terminara. No dormía ni había consumido alcohol. Estaba sentado sobre una silla
de madera mirando la pared blanca pensando en todo y en nada cuando una niebla
comenzó a filtrarse por las ventanas inundando el cuarto. Sus ojos se irritaron
y las pequeñas venas alrededor del iris parecían irradiar alguna clase de onda
magnética que le hizo doler la frente y sentir las pulsaciones elevadas en todo
el cuerpo. El águila apareció como de un túnel de luz verdosa y se acercó
volando. Se posó frente a Nando y le comunicó su misión.
La niebla se disipó y él se encontró perdido y con hambre. Tomó
los seis yogures de la heladera y se los comió con la mano como un animal. Le
llevó unas horas volver a cierta normalidad. Su oficio de jardinero no lo
hacían especialmente hábil con la tecnología pero sí muy observador de los
ciclos de la naturaleza manifestada en el mundo vegetal.
Salió al patio y vio unas grandes rocas que parecían iluminadas
por un farol naranja. Se acercó curioso y notó que estaban encendidas e
irradiaban calor. Tomó una pala y las tocó a la distancia con una pizca de
miedo. En el acto la pala se puso caliente y con un grito la soltó
Más curioso que asustado probó con echarle soda con un sifón y el
agua se evaporaba unos metros antes de tocarlas. Arrojó unas monedas solo por
divertirse y como balas chinas rebotaban aún antes de tocarlas volviendo con
una furia casi viva.
Siguió experimentando sin éxito cuando recordó que usaba barro
para las picaduras de avispa para disipar el dolor causado por el calor. Tomó
tierra seca y la mojó con saliva y la colocó sobre las rocas. Con paciencia las
rodeó como una cáscara o un nido de hornero y dentro del cuenco de lodo
endurecido se derritieron en un líquido espeso. Nando lo volcó en un molde y
así consiguió la primera muestra de vanarium derretido y vuelto a formar. Algo
pasó con su mente a medida que experimentaba con las aleaciones se volvía más
inteligente y podía resolver complicadísimas ecuaciones y cálculos
logarítmicos. Mientras esto ocurría se le presentaban en su mente con perfecta
definición los pasos que debía seguir.
Y así concibió su plan hacer explotar el edificio central de la
Naciones Unidas.
VASILY KOMMERENSY, 1998 "LOS CURSOS DE LA PSICO
HISTORIA" (Ed. Povel Ltd.)