La mirada fractal, el espejo roto en su origen y una sucesión de pasos mal dados convertían a Edmund en un niño conflictivo. Tenía cinco años cuando su madre, Doña Epiguis Larrea de Villouta le partió un espejo en la cabeza luego de una travesura. Además de sangrar profusamente hizo estallar algunos vasos internos que nunca más cicatrizaron. Como consecuencia de ello el pequeño comenzó a tener visiones que exaltaban su imaginación y que no podía comprender. Vió al hombre de lana barrer su cuarto mientras comía una pata de pollo con la mano sentado sobre una tetera de porcelana con incrustaciones de granos de choclo. Observó con cuidado que el humo que se elevaba de la fuente de arroz era verdoso y formaba figuras mientras ascendía tomando la impronta de un cráneo de oso que parecía derretirse en un cuero viejo de color marrón y blanco. La forma ósea comenzó a verse sacudida por una multitud ancianos vestidos de traje que llegaba sin parar para alojarse en las cavidades del esquele...
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Mostrando entradas de septiembre, 2013
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Taimado y sinuoso, escurridizo y amigo del desencuentro, el Ratón Benavidez se había hecho algún nombre en el submundo del hampa en los suburbios de la gran capital. Su especialidad era el tráfico de información. Había pocos como él. Su absoluta ausencia de sentimientos para con aquellos que no integraban su escaso círculo de afectos, se demostraba en principio por el hecho de que podía clavar su jeringa en la médula de cualquier víctima o paciente como él mismo los denominaba. Traficaba con datos genéticos, ADN, hormonas y sangre. Para él se trataba solo de información codificada y como tal la vendía. Sus métodos eran sencillos y relativamente limpios ya que en dos décadas de trabajo jamás había lastimado seriamente a nadie si por ello se entendía dejar una herida, dolor o la tan poca lucrativa muerte. Llegaba como un gato sigiloso por la noche, tiraba una pequeña ráfaga de gas de cloroformo y el paciente se dormía. Entonces solo tenía que sacar su attaché de la mochila, desplegar...
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Hubo un tiempo, en los más remoto de los orígenes, entre el impulso creador y la consumación de la materia como orden creativo en el que lo sagrado y eterno convivió con la materia bruta, con la sangre, el hueso, el mineral y la bestia salvaje. Una época en la que se fundieron los arquetipos de la creación en una amalgama entre cielo y la tierra. Una era en que las piedras, repletas y rebosantes de fotones brillaban en la oscuridad como faroles de luz tibia. Azules y violáceas eran las rocas de las estepas; verdes y amarillas como pequeños soles las que estaban cerca del mar; magenta y turquesa incandescente las que se hallaban en las cavernas. Vibraban con tal intensidad que la noche era de una dulce compañía y con solo mirarlas las criaturas vivientes se llenaban de dulzura y poder. Eso fue antes de la llegada de llama negra. Anterior a la caída del hombre. Un asteroide gigantesco se estrelló contra el planeta y dejó incrustado en sus cimientos su carga de antimateria...