Una mañana se miró al espejo y vio que su pecho estaba abierto. Las entrañas y la sangre entre la carne y los huesos, todo estaba en su lugar y funcionando aún con un hueco en medio del corazón. El bombeo incesante la tranquilizó de algún modo y se miró a los ojos mientras su mano derecha tapaba la zona fantasmal como si con ello quisiera evitar un mal mayor. Sentía sin embargo como un desprendimiento, como una corriente de aire tibio que huía hacia algún lugar en forma de tirabuzón y con dirección al cielo. No podía verlo, no era psíquico pero podía oler su propia identidad escabulléndose de la masa de protoplasma que conformaba su cuerpo. Consideró las opciones y la primera era que todo era un sueño y que pronto despertaría pero una voz dentro de ella le decía que eso no era posible puesto que tenía un gran control sobre sus sentidos, salvo claro que no sentía ningún dolor a pesar de estar en carne viva. Otra posibilidad era que sufriera del llamado "mal de las mariposas" que consistía según había leído en una transformación en vida de una forma a otra a través de una muerte en estado vivo. Ser parte de un experimento neuro científico era también una opción e incluso temió haber sido drogada con alguna sustancia alucinógena. Recordó haber leído que algunos abducidos habían pasado por la misma experiencia y de alguna manera todos esos pensamientos los tranquilizaron. Tomó su cepillo de dientes y se frotó hasta hacer sangrar sus encías. Más sangre para comprobar que al fin, estaba viva.
Caminó hacia el cuarto y curiosamente lo que más le preocupaba era como iba a vestirse para que nadie se de cuenta del agujero de veinte centímetros de ancho y quince de profundidad que ahora lo acompañaba.
Con el tiempo se fue acostumbrando y dejó de hacerse preguntas. Como no sabía que reglas de higiene aplicar decidió por rociarse todos los días con una desinfectante.
Un día conoció a un muchacho y eso le hizo recordar su anomalía. Retrasó hasta lo insólito cualquier encuentro íntimo argumentando desde problemas de salud hasta cuestiones religiosas. Una tarde cálida en la que se besaron con frenesí, el muchacho puso una mano sobre sus pechos y para sorpresa de ella, éste no pudo ver ni percibir el hueco.
Hicieron el amor y desayunaron al día siguiente.
Ella no salía de su asombro porque incluso mientras estaban juntos ella sí podía ver su propio hueco y su corazón latiendo con fuerza .
Luego de desayunar él se puso serio y le advirtió que debía informarle algo importante, doloroso y extraño. Con mucho esfuerzo logró dar con las palabras y le dijo - Yo sé que es increíble y quiero que sepas que no estoy loco, pero tengo un hueco en el pecho.

LANA SORVELL-BYFROST, 1947 "DE PULSIONES E INCORDIOS" (Ed. Seemanholz)

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