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Mostrando entradas de junio, 2015
Recién llegada de Japón, Zulema se dedicó a revisar sus experiencias recientes. Había mentido y en algún lugar de su mente sabía que no le habían creído, entonces ¿Porqué la habían dejado libre? Su mente era un tren bala disparado sin frenos, pasaba de un recuerdo a otro buscando el error, la contradicción o cualquier indicio de inconsistencia en su discurso. No lo encontraba. Una y otra vez pasaba por las mismas estaciones como si viajara en círculo buscando algo que o no existía o se había evaporado volviéndose elusivo e inasible. Había llegado a Tokio con el objetivo de recuperar el collar Zíngaro que le había sido robado a una de las mercaderes más ricas de Bogotá: doña Susoza. Su trabajo era complejo, debía tomar misiones que nadie quería para gente que a la que todos temían, ir a lugares peligrosos y meterse con lo peor de la escoria humana. Haberse operado había ayudado a su proceso de seguir libre, intacta e inalcanzada. Su último bisturí fue traumático pero nec...
Y la caza comenzó en segundos. Estallaron los muros invisibles que lo contenían todo y salvajes, salieron los inquisidores con la misión manifiesta de ahorcar hadas y encubierta de robarles sus alas. El horror que aquellos humanos sabían producir se debía en parte a su increíble e impudorosa capacidad de mutilar sus propios juicios. Arteros y crueles, se hallaban entre las mujeres y hombres más sagaces e imbéciles que diera la raza. Comenzaron por los bosques, limpiaron los valles y los ríos, siguieron por la montañas y los prados. Cientos y miles de hadas enjauladas y torturadas, mutiladas y sin ojos eran llevadas en jaulas de diamante hacia la gran capital y exhibidas con orgullo por los tenebrosos siervos de la Cúpula. La masacre comenzó el día en que los esbirros de la orden recibieron el informe final con la contundente resolución y condena: matar a todas las hadas. Habían sido halladas culpables de delitos que ni siquiera existían en código alguno, fueron acusadas de ...
Entre el aprecio y el desprecio, en medio de una soledad cargada de presencias, percibía su escueta mirada sobre el rostro empañado del olvido. Cargaba su identidad con el magma de orígenes oscuros, aún cuando por herencia y linaje no era más paria que un duque o un príncipe renacentista. Lo cierto es que se atribuía los dones de un santo mientras regenteaba el prostíbulo de vírgenes sarracenas en el álgido cruce entre los dos caminos que llevaban a la costa. No había nacido bribón sino que se hizo a fuerza de yerros en medio de una andanada desesperada de intentos vanos por reforzar lo único que parecía concernirle y que no era otra cosa que el logro de sus objetivos, para los cuales tenía mandíbula de mastín y una insistencia pertinaz. Cojeaba debido a un balazo que se había ganado durante una incursión a la zona púrpura del barrio, dominada por cholgas y surubíes, abadejos y conchas, pulpos y crustáceos de todos los colores. CARLOS CARREGÓN, 19...