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Mostrando entradas de enero, 2016
Eran como ella, un anatema. Aquello sobre lo que no debía hablarse. Objetos que no debieran existir en lugares que carecían de nombre. Como el cianuro y los ventrílocuos, ábside y la espera o todos los cantones de la China oriental. En torno a ella había sin embargo tierra húmeda. Todo crecía. Indistintamente fuera almendros o tumores. En cada parte lugar había un cartel con su nombre, tal era su omnipresencia. Juraba que lloraba pero yo nunca la vi. Y para mi fue un misterio. Como el nacimiento de los soles o la venida de un Salvador, nade parecía previsible. No habíase establecido un terraplén ideal que sirviera de sostén a tamaña fuerza. Millones de hierros minúsculos flotaban en el éter identificados con su propia forma, la de ella, tan particular y sonriente. Era una zona de guerra. Un vendaval y una furia que metía miedo. Gotas de amor de la infancia rezumaban de entre el todo para emerger transfigurado en pasión. Una alabanza incesante a lo que no puede ser medido. Y en todo...
Vivimos sobre sendas difusas, asustados como luciérnagas frente a la tormenta. Huimos de los ruidos del trueno mientras afilamos nuestros cuchillos y trenzamos nuestros cabellos. Susurramos al oídos de quien quiera escuchar las palabras de desaliento que los harán sucumbir. Nos aferramos a las espaldas de los valientes. En el microscópico espacio que nos queda para no quedar expuestos, vaciamos el corazón hasta quedar resecos. Entre nosotros hubieron gentes dignas. Eso fue antes de la invasión. Ahora solo quedaba el resquemor y la suspicacia. Vinieron desde el infinito. Cruzaron los bosques con carros de fuego. Llevaban en sus largos brazos de plata sus gigantescas lanzas que brillaban como diamantes. Eran muchos, cientos o quizás miles. Fuimos sorprendidos y ahora ya solo nos queda lamentarnos. Lo extraño era que había entre ellos un grupo de niños. Tenían todos los ojos de color bordó y no había brillo en ellos, solo un fulgor, un resplandor opaco que olía a muerte. Corrieron hac...
Ingresaron a la propiedad a fuego y golpes. Cerraron las ventanas y mataron a toda una familia. Ocho hermanos y sus padres. Prendieron fuego los muebles en una gran pira y lo arrojaron encima como basura. Sus impecables trajes de cuero y seda, los sombreros entallados a la perfección y sus largos bastones les daban un aspecto honorable. Nadie se atrevió a intervenir. Si habían venido por algo sería. Cuando salieron en perfecta formación militar, todos los vecinos los aplaudían. Amplias sonrisas en los rostros de la vecindad. Un rosal fue testigo de todo y parecía estar allí a gusto. De la chimenea salía un humo negro. Fascinadas las mujeres observaban y conversaba mientras los hombres adulaban a los milicianos. Se subieron a un carro verde oliva y se fueron. Cada familia volvió a sus respectivos hogares. El día llegó a su fin y todos cenaron en paz luego de las oraciones de rigor. Nunca nadie se preguntó que habrían hecho los integrantes de aquella familia para ser eliminados de ...
Chernobyl, Nagasaki, el vientre de la ballena, efectos secundarios, litigios sin resolver, vacas muertas, tornillos de lana, lamento de hortiga, cabezales sin freír, muestreo innoble, el cadalso sin rostro, mojones circunspectos, bailarinas de crepé, carreteras en llamas y payasitos verdes. Disgustos en fila, tornados de amor, síntesis endiablada y cornetas magistrales. Un trotamundos ciego y la calcificación aromática. Se desprenden pétalos de hierro, caminan ángeles caídos en la humedad, hay ladrones, porcinos, ancestrales muestras de bondad, sicarios, intencionales atisbos de huída en medio de la otra mitad. En un lugar se ha perdido un sabueso. La abuela de todos lo sabe. Búfalos de cartulina embravecidos deambulan son paz. Rocas fúnebres experimentan tristeza. Solo en el sur se ven estas cosas. Arteros arqueros armados vacían sus cartuchos sobre la miel. Todo lo hemos perdido. Sin gusto en la boca adoramos dioses falsos para despistar. Cada banco de arena viene recargado y las ...
Era una idea cruel. Como todo nonato su pulsión de vida era brutal. Quería existir a toda costa. Sucedió de noche, justo al segundo posterior de apagar mi computadora. Vino a mí en forma de ráfaga y martilló mi mente con una frase. No le presté atención. Tenía sueño y me acosté a dormir. A las cuatro de la mañana me levanto con una pesadilla. Soñaba que mi madre me gritaba enojada. Y ahí estaba la idea, aguardando, sonriendo. Me guiñó un ojo inexistente con una ingenuidad pasmosa, sin ninguna culpa, casi orgullosa de haberme despertado. Tuve que correr a mi escritorio, encendí mi máquina y tecleé: “Pájaros de seda, mariposas de plomo” RAÚL BONAFANTE, 2016 “INDICIOS” (Ed. Tornquist & Labels)