Ingresaron a la propiedad a fuego y
golpes. Cerraron las ventanas y mataron a toda una familia. Ocho hermanos y sus
padres. Prendieron fuego los muebles en una gran pira y lo arrojaron encima
como basura. Sus impecables trajes de cuero y seda, los sombreros entallados a
la perfección y sus largos bastones les daban un aspecto honorable. Nadie se
atrevió a intervenir. Si habían venido por algo sería. Cuando salieron en
perfecta formación militar, todos los vecinos los aplaudían. Amplias sonrisas
en los rostros de la vecindad. Un rosal fue testigo de todo y parecía estar
allí a gusto. De la chimenea salía un humo negro. Fascinadas las mujeres
observaban y conversaba mientras los hombres adulaban a los milicianos.
Se subieron a un carro verde oliva y se
fueron. Cada familia volvió a sus respectivos hogares. El día llegó a su fin y
todos cenaron en paz luego de las oraciones de rigor.
Nunca nadie se preguntó que habrían hecho
los integrantes de aquella familia para ser eliminados de cuajo.
Tiempo más tarde se supo que eran diferentes.
No rezaban y no sonreían ante los empleados gubernamentales. Suficiente para
ser arrastrados a todos los infiernos según las normas de convivencia en boga.
El padre llevaba barba y eso estaba prohibido, la madre usaba la pollera corta
y eso era pecado, los niños no habían sido bautizados y vivirían para siempre
en el limbo. Gentes sin perdón ni redención, habían hecho bien en deshacerse de
ellos, pensaban todos. Incluso había un miedo en el aire ante la duda de si
aquellas conductas pudieran ser contagiosas.
Al día siguiente llegaron de nuevo los
milicianos. Bajaron de los carros de asalto y entraron en otra casa. Masacraron
a todos sus habitantes, incluidos dos ancianos que eran conocidos por todos
como doña Elena y Don Mario. Los vecinos quedaron algo intrigados, se los
conocía como buena gente. De todas formas aplaudieron y sonreían mostrando los
dientes. El carro se retiró.
Una semana más tarde llegaron de nuevo. Todos
salieron a recibirlos con gestos de aprobación y aplausos. Los milicianos
sacaron su AK-47 y fusilaron a todos. Miles de personas muertas en los verdes
pastos sangrando su roja sangre.
Los cadáveres se pudrieron y aparecieron
las alimañas. Los pájaros se encargaron de los ojos y los perros salvajes de las
vísceras. Lo que no se podía comer se escupía y todo el pueblo estaba regado de
huesos rotos.
Hubo una lluvia muy fuerte que barrió con
todo limpiando el aire y despejando el olor inmundo de la putrefacción.
Llegaron un tiempo más adelante con palas
mecánicas y juntaron todo. Lo compactaron en grandes máquinas y el resultado
eran unos bonitos cubos que llevaban un cartel que decía “abono”.
Así sucedió en el sur.
EILIN McTRENNAN, 2001 “DE DESIERTOS Y
ARTIFICIOS” (Ed. Zotta Inc.)