La Nada llena el espacio con reflejos. Cada uno es una ilusión. Se dispersa como un murmullo entre las finas capas de la energía. Impregna el oxígeno, el hierro y las rosas, al pez, el crisantemo y la hiedra. Todo vive bajo su égida colosal de brillos interpuestos entre bloques vivientes de materia líquida. Con cada pulso, las pequeñísimas e intensas partículas se soliviantan como centauros. Cada pasaje se llena de eléctricos despertares y los puentes entre los mundos se abren para que crucen los navegantes. La puerta al otro mundo se abre y con cada aliento y la fuerza impulsora la voluntad, el ánima se eleva hacia nuevos horizontes. Más vastos y proteicos, néctares para almas sensibles. Todos los estados conviven en su razón máxima de ser; los abedules y las ranas, el brillante metal y la seda dulce se estremecen con la certeza de una camino posible. Al cabo de un ciclo recomienza otro y la espiral del mundo crece. Nutricio y relajante, el espacio se dispone como eje de punto de anclaje al mar de la eterna conciencia. Como un pentagrama de catapultas, las ideas se elevan hacia las estrellas y estallan como fuegos de artificio. Y en medio de la elíptica trayectoria de las cosas, un cometa cruza el cielo para dirigirse al centro del universo. Allí brilla y exuda amor y plenitud, una gracia incontable para diluir el mal del mundo. A su paso desanuda lo obvio para transformarlo en impredecible. Contagia en su carrera el entusiasmo para sellar un pacto entre la gracia y la plenitud. Quien viva en ese tiempo, frente a tal evento, será un elegido.

MARIA CHESNIN, 2016 “DE COMETAS Y ELIPSES” (Ed. Centrix)

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