Y algo explotó. Sería tal vez el calor
excesivo guardado por demasiado tiempo quemando las entrañas, aguardando el
momento.
Y algo desbordó. Acaso el museo de
lágrimas ya no podía guardar tanta fuerza líquida, tanta pulsión de agua dulce
y salada.
Vaporosas sensaciones en la mente.
Escurridizos pensamientos, quizás leves inclinaciones hacia el fondo de un lago
de lava a la espera de su ebullición.
Un conflicto que no es duda y una certeza
sin estridencias.
Resucitar siempre es un buen comienzo.
Entre los excesos del calor y la
necesidad de estallar en miles de gotas que ya no pueden ser contenidas por las
duras paredes de cemento argumental, se genera nueva vida, brotes verdes en
medio del invierno crudo.
Bajo un sol aún tenue y ante la
inminencia de la tempestad se descubre una fisura en el traje de amianto
incrustado en las infinitas vueltas del cerebro y de pronto estalla la vida.
En un tiempo previo al verde despertar de
la estación mucho antes del solsticio y bajo estrellas fulgurantes y heladas se
acomoda la columna y su treinta y tres vértebras a un nuevo descanso. El arte
del silencio y la fuerza de la acción.
Pero aquí de nuevo el evento compromete
al relato.
Lo concreto es que todo quiere volar en
mil pedazos. Ya no podrá ser evitado ni por la mente más sólida en el arte de
explicar.
No son conejos corriendo por prados y ni
montañas de trigo esperando pacientemente en un silo de la pampa para ser
vendidos en Sudáfrica a cambio de diamantes clandestinos sino pulsiones
nucleares redoblando la apuesta del sol, inclinando su peso hacia fuera,
liberando por los poros la esencia de las cosas. Renaciendo.
Desde el sur del mundo alguien cuenta que
ha visto una estrella fugaz y en la ciudad de Chicago un hombre caza un Pokemón
mientras rezan por millares en la India, en Japón y en Roma y se matan en los
barrios del conurbano bonaerense. La vida sigue y todo se transforma en miel o
veneno según sea el caso y lo que se prefiera como menú.
A cada ser su temperatura y su norte. Con
cada palabra una invitación a la fiesta de la vida o a pasar un infierno en las
mazmorras del destino cruel de Cronos.
Un cartel en la calle invita a beber y
otro a correr y ambos son la llave final hacia un camino bifurcado pero ninguno
es falso ni tampoco correcto.
Así fue que finalmente hubo que poner
manos a la obra y restablecer el contacto con lo vital e imprescindible. ¿Quién
sabe? Quizás la hora del búho es para conformar una vida atenta y amable.
Desde la localidad de Río Álgebra
seguiremos informando.
WILLIAM FERRY, 2016 (Extracto de programa
radial “EL SENDERO, Radio Stage, 96,3, South Port)