Desbordados por lo absurdo de la situación, los bomberos alcanzaron a vaciar un tanque completo de agua antes de detenerse a considerar que la probabilidad de apagar aquel fuego era cuanto menos, escasa. El sol del mediodía arrojaba una luminosidad feroz. Un carro, seis hombres y tres mangueras. Una sirena y muchos curiosos. En frente, un búfalo en llamas. Corría como enajenado de un lado a otro intentando escapar tanto del fuego que quemaba su piel como del agua que los bomberos intentaban sin éxito arrojarle. En su trayecto errático, impulsado por el ciego deseo de vivir y sin rumbo alguno, se estrellaba contra el alambrado y golpeaba los árboles mientras exhalaba un aliento a muerte y dolor. Podía haber sido gracioso por lo ridículo si el dolor de la bestia no hubiese sido real. Los hombres corrían de un lado a otro mientras evitaban los embistes de cuadrúpedo y así parecía más un juego de escape que la horrenda situación de impotencia que sentían todos.
Cuando fueron llamados a la emergencia solo se les avisó que había un animal en llamas y sí partieron a realizar su tarea pero en el lugar encontraron a una bestia de casi una tonelada girando en círculos y embistiendo cuanto objeto hallara por delante. El jefe de la cuadrilla pensó en dispararle pero aquello tampoco hacía sentido pues no contaban con dardos tranquilizadores sino pistolas que podrían matar al animal. Intentaron pues apuntar con sus mangueras para apagar el fuego de casi dos metros que salía de su lomo. Fue casi imposible darle y el agua se agotó. Frustrados y con la culpa de ver como no podían resolver el caso llamaron por auxilio mientras intentaban detener el loco andar del gigante.
De pronto uno de los allí presentes miró a sus compañeros y notó algo extraño. El lugar, la gente, el fuego… y finalmente se dio cuenta como un rayo en su mente ¡los búfalos estaban extinguidos! No había posibilidad de que aquello estuviese ocurriendo. Intentó comprender la situación y se dio cuenta de que todos los allí presentes estaban virtualmente sonámbulos. Continuaban observando al animal y conversando de como se debía actuar en tal situación mientras el búfalo continuaba corriendo en círculos sin terminar de quemarse nunca.
Cerró los ojos y tomó aire. Se metió dentro suyo en aislamiento perfecto. Cuando volvió a integrarse al mundo el búfalo aún corría y sus compañeros conversaban pero ya era de noche. La luna rechinaba intensa e iluminaba la escena. El anaranjado fuego escalaba al cielo y contrastaba contra el plateado lunar reflejando sus chispas contra el camión hidrante. Caminó rumbo al grupo y cuando se acercó los divisó transparentes, continuó su andar y los atravesó por completo. ¿Eran fantasmas? Caminó hacia el camión y lo traspasó como si fuera de una gelatina suave. ¿Existía? Observó el búfalo ardiente y lentamente caminó hacia él sintiendo su calor pero a la vez sin que le afecte. Ciego en su remolino el búfalo continuaba corriendo pero esta vez observó de cerca su rostro: no parecía sufrir sino al contrario más bien parecía divertido.
En medio de aquel entorno por demás extraño oyó unos intensos truenos y miró al cielo que sin embargo mostraba las estrellas perfectas y ni una nube. Oyó otro trueno, esta vez más cerca. Giró sobre sí mismo y vio para su sorpresa y espanto un hueco en la noche. Un agujero dentro del espacio, como la cola de un gusano gigantesco. Desde dentro del mismo se oían algo parecido a los ecos de un rugido, o quizás los crujidos de un estómago interminable. Se sintió atraído por una fuerza inexplicable y trató de agarrarse a un árbol pero su mano pasó de largo. Cuando estuvo a punto de ser devorado por el hueco el búfalo en llamas embistió el orificio negro y éste estalló como un violento espectáculo de fuegos de artificio verde. Quedose observando el vacío del vacío y con la cabeza hizo un gesto de agradecimiento al animal que lo miró con tal fijeza que parecía atravesarle el alma.
Cuando amaneció, la tierra estaba arrasada, los árboles carbonizados, el carro parecía a medias derretido y sus compañeros estaban quemados hasta los huesos. Abrió los ojos y el cielo era perfecto, turquesa y violáceo, intenso y diáfano. Vio pasar una bandada de aves rumbo al norte y detrás de ellos, como si fuese ingrávido, el búfalo y sus llamas doradas corriendo hacia un horizonte desconocido.

LARS VENTEDRSEN, 2008 “CUENTOS DE BLOJNIRR” (Ed. Nessmbroim)



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