RECETAS DESDE EL MÁS ALLÁ
Nunca me gustó cocinar. Nada, ni un poquito. De hecho, lo detesté siempre como una de esas cosas que están malditas. Supe de pequeña que no sería ni remotamente algo parecido a una ama de casa con su delantal bonito y manchado de mermeladas y salsas. No sé, la cocina no se me da, es más, me evade. Mis amigas me cargan y algunas incluso se niegan a creerlo, pero me ha ocurrido que un huevo se me estrelló en el techo. Rompí implementos, torcí cucharones, malgasté especias caras y se me carbonizaron pollos en varios hornos de muchas casas en las que viví. Quizás he tenido un poco más de suerte con los postres. Puedo batir crema y a veces no se me pasa o cortar una naranja al medio y rociarla con aceite de oliva y azúcar. Un manjar. Pero no mucho más. La sola idea de estar atornillada en la cocina frente a interminables platos para lavar, ollas grasientas y olor en el pelo me desespera y entristece. El ritual de la cocina con sus tiempos y espacios específicos, el rigor de las recetas y ...