El deslucido manto de frisa rojo apenas lograba abrigarlo. Desconocido aún para sí mismo, eludía la insistente pregunta que le venía a la mente como una ráfaga de menta helada: ¿estoy vivo?
Deseaba profundamente contestar en positivo y sin embargo su propia transparencia inmaterial le obligaba al menos a dudarlo. Ya nadie lo veía. Caminaba por la calle y ni siquiera se reflejaba en los vidrios. Talvez no estaba muerto pero indudablemente estaba ausente.
EL HOMBRE AUSENTE (RIGOBERTO PÁNIDA, 1990 Ed. Saborido & Willton)