El siguiente paso era indudablemente, el exterminio total. Nana, la emperatriz les había hecho saber por su tío, el vizconde de Amador, que ante la menor injerencia en los asuntos del reino, asumiría que se trataba de una declaración de guerra. Los lobatos, acostumbrados a la persecución y el maltrato, no temían las represalias. En cambio los humanos sabían que solo podrían vencer a costa de grandes sacrificios. Y así, un treinta de enero de mil doscientos quince, el hombre enfrentó al lobo y el lobo al hombre. Fué la batalla más larga de una ya larga historia de batallas memorables. Esta vez vencieron los lobos. Aprendieron a leer y escribir y éstas son sus memorias.
HENRY MITTLE, 1332 (HISTORIA DE MIS RAÍCES LICÁNTROPAS)