Nadie supo si las heridas fueron hechas por Gastón Vollman o por el contrario Susi se autoflageló con el solo propósito de engañar a la prensa. En todo caso, lo que sí quedaba claro es que la sangre brotó de su pecho abierto como un río indigno y lodoso. El oficial que la encontró tirada sobre un viejo sillón de jean quedó impactado de tal modo, que aún siendo un veterano hombre de la fuerza, no pudo evitar gritar como un niño. Al tiempo el caso se olvidó. El oficial pasó a ocupar un puesto menor en el sector administrativo, Susi se curó, Gastón Vollman le regaló jazmines y se reconciliaron.
Lo curioso no fue que él haya ensoñado despierto sino que vivió sus dos realidades en paralelo como escindido entre mundos que sin embargo conformaban una particular unidad. En un mundo practicaba la respiración diafragmática, reconcentrado y hecho carne con su cuerpo, en el otro se encontraba dentro de una inmensa esfera grande, una estación espacial. Una claraboya a la derecha arriba de la línea ecuatorial imaginaria presentaba un hueco que llevaba hacia algún lugar desconocido. Volando hacia ella un inmensa águila de mármol blanco batía sus alas con firmeza guiando a una serie de seres extraños que lo seguían en silencio y ordenada danza. Eran ángeles, abstraídos y alegres, acaso perdidos con coronas de guirnaldas y trompetas de oro refulgían como quásares en medio del recinto. La línea imaginaria que formaba el vuelo del rapaz y su corte angelical componía una sonoridad espectral que bien era una pintura sinuosa e inquietante y a la vez una partitura viva de un alguna misa cele...