Cientos de años tardaron en darse cuenta que faltaba aquella gema. Los osos que la custodiaban se habían dormido y cuando despertaron entraron en pánico. Los huecos en la pared habían sido cavados con increíble pericia por parte de las garzas. Un pequeño y arrugado sapo se encaramó en el árbol de plata y silbó con su gran boca. El mundo entero se estremeció. Los gavilanes de bronce planearon hasta la gruta y se estrellaron contra la piedra. Los alces mordisquearon los líquenes y cayeron como granizo al suelo enrojecido. Las gemas eran el equilibrio y ahora ya no estaban. El humor de bosque se transfiguró en una mueca horrenda de ruidos intensos. De pronto, en medio del desconcierto, se abrió un hueco en el cielo y bajó flotando María de las Nieves. La jóven adolescente de negros cabellos y ojos de zafiro sonrió e inclinó apenas su cabeza en un gesto de comprensión. Las fuerzas de la tierra se detuvieron y el silencio fue protagonista por unos segundos eternos. Desde el cielo llovieron trazas de sol y el mundo conocido colapsó. Ahora todo es distinto, todo es rosado y verde lima, toda la materia huele a romero y anís. El ciclo se ha cumplido y ya no hay vuelta atrás.
ADA DE AMERRHAGEN, 1441 (LOS CANTOS DE MARÍA AMATISTA, Codex 221, Vaticano)