Incluso en los momentos más tristes, Laura permanecía estoica frente al espejo, lidiando con su depresión, buscando algún sentido a su vida. Cuando luego de dos siglos de espera, por fin se acercó aquel ave roja, ella sintió la tentación de moverse. Un ejercicio de inmovilidad de más de doscientos años era suficiente. Salió de su posición de flor de loto, reclinó la cabeza sobre sus hombros y estiró los dedos de sus pies. Pestañeó. Una lágrima vino a recordarle que era aún humana. Pensó en comer algo, salmón o bacalao con queso crema. Se levantó con cuidado aunque sin demasiada dificultad. No le costó mantener el equilibrio. Miró de soslayo el espejo, su imagen quedó grabada como un holograma en el cristal. Parecía un cuadro, el retrato de un silencio de tres vidas de duración. Sonrió. Pensó que le pondría nombre de pintura famosa, lo llamó: Un instante con Laura.
NAIR VOLLMAN, 2001 (LA BALADA DEL AVE ROJA, Ed. Pathos)