Una nube negra cubrió la ciudad. Buggy, el mejor detective privado recibió una noticia por teléfono. La versión más extendida respecto de la muerte de Consuelo Villagrán era el suicidio. Buggy sospechaba. Conocía a Consuelo y dudaba de que se odiara tanto como para matarse. Incluso pensaba que no llegaba a tener ni siquiera la capacidad de decisión necesaria. Claudio Bolena, el amante de consuelo era policía. Eso era un problema. Buggy comentó a Bondie, su secretaria, que desconfiaba de Claudio. Ella, que tenía intuición para la mentira le dijo que había algo raro. Olor a clavo, le dijo. Buggy pensó que eso se debía a que ambas habían sido amigas y hacía un tiempo que no se hablaban por culpa de un amor compartido: Johann. Cuando Buggy terminó de armar el rompecabezas en su mente y estaba dispuesto a tomarse un trago, vió correr por su camisa un hilo de sangre. Del techo cayó como un bolsa de papas el cuerpo de Claudio. Muerto bien muerto. Buggy miró a su alrededor y vió una sombra que escapaba. Era una mujer. Abrió la puerta a toda velocidad y vió parada allí mismo a Bondie. Detrás seguía corriendo la mujer asesina. Ahora había dos cadáveres y dos sopechosos. Buggy pensó unos instantes y luego de pensarlo se arrojó por la ventana. Tres cadáveres. Bondie y Johann se clavaron mutuamente cuchillos filosos mientras sonreían. Junto a los ya contabilizados más Buggy sumaron cinco. Buen número. La nube oscura pasó, los seres verdosos volvieron a sus naves y se felicitaron por el trabajo. Al llegar su capitán, un inmundo pulpo parlante los tomó del cuello con sus tentáculos pegajosos y húmedos y los ahorcó.

ARNOLD PFEFFER, 1978 (LOS HORRENDOS PULPOS DEL ESPACIO Ed. Clan)

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