Entraron en pánico. La salida estaba cerrada y a sus espaldas solo había una gigantesca escalera de mármol con escalones tan altos que debían ayudarse para subir cada uno. La baranda era de madera lustrada y por lo tanto resbalosa. Afuera se veía por el vidrio a cientos de zombies hambrientos intentando entrar.
Yuyito abrió los ojos. No había zombies, ni escaleras fuera de escala. Todo era normal.
-Menos mal - se dijo -estamos a salvo.
La secretaria de vestido corto y piernas perfectas tomaba té. La indiferencia reinante se parecía más a la realidad.
Suspiraron los cuatro y Yuyito hasta sonrió. La muerte no era tan mala entonces. Era como estar sin estar. Aburrirse de uno y ser todos. Los zombies solo existían en el mundo de los vivos.

MARGARITA SALZ, 2005 (YUYITO Y LA MUERTE, ED: CANALEJOS)

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