A la mañana muy temprano los ecos de la noche aún buscan su lugar en la luz. Para Sigmundo Kantor la bruma se había despejado y su mente se llenó de recuerdos. Cuando aún estaba vivo, solo unas horas antes, la idea de no pertenecer más al reino de los mortales le era tan ajena como insensata. Ahora, mientras navegaba en su pequeña embarcación personal hacia las esferas más recónditas de la oscuridad nada parecía más importante que encender su antorcha. El velero llegó flotando en la oscuridad hacia algo parecido a una vía de un tren abandonado. Una vez alineado con las vías salió disparado con violencia. El estómago ahora inexistente se contrajo en un vacío irreal y sintió el vértigo del despegue. Lejos de allí, el mundo parecía de goma blanda. Al poco tiempo no recordaba haber estado en ningún otro lugar que en su velero sin velas. El nuevo mundo lo había tragado.
Un día se levantó de un largo sueño y tuvo un vago recuerdo. Creía recordar haber vivido antes en algún lado, un pasado que ahora solo era una añoranza teñida de nostalgia.
LIDIA BALLESTEROS, "LOS OJOS DE LA INMENSIDAD", 1988 ED. Lúcuma
Un día se levantó de un largo sueño y tuvo un vago recuerdo. Creía recordar haber vivido antes en algún lado, un pasado que ahora solo era una añoranza teñida de nostalgia.
LIDIA BALLESTEROS, "LOS OJOS DE LA INMENSIDAD", 1988 ED. Lúcuma