La luz está apagada. El infierno no posee candelabros ni velas como mucho ingenuos creen. Es oscuro. Ni se ve, ni se huele nada. No hay tal azufre. Ni un gran demonio alado con cuernos y mirada terrible. Tampoco existen esos pequeños diablos que atormentan humanos en desgracia como en las pinturas de El Bosco. En el infierno no hay nada, ni siquiera hay ausencias. Solo un inmenso y eterno infinito de nada. Y me siento muy sola.

GUILLERMINA DE KIPLING, 1711 MEMORIAS DE UNA HEREJE SIN REDENCIÓN (CODEX URBANUS VATICANO)

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