Pudo verla a la lejanía. Tan distante, tan ausente. Hirió sus mejillas con surcos de sal y la humedad en sus ojos despejaron las tinieblas incrustando su mente y esencia en el presente. Algunos gestos semejantes al dolor, dieron paso a una extraña pero vívida noción espacial. Situado allí en medio de la nada, inserto entre todos y sin sentir ya ni pena ni ningún otro sentimiento humano observó el ciclo de la vida que como un viento circular, rodeaba la existencia soplando y enfriándolo todo, helando el pasado. Para ese entonces el sentido mismo de su propia identidad se había perdido y diluido en un mar de fascinaciones que ya ni siquiera disfrutaba como antes cuando saltar de ilusión en ilusión era la huída perfecta, el camino hacia un paraíso infantil, propio y único. Ella en cambio se reía y bailaba moldeando el aire y perfumando el tiempo. Se veía tan clara, tan feliz y liviana que parecía haber flotado por el éter por siempre, indiferente y envuelta en un ovillo de espuma...