Para aquella que conoce mis secretos,
y de la herrumbre decanta como un bálsamo mis agonías,
escribo desde el lugar más lejano,
lo que ni el viento puede borrar, ni la mañana hacer olvidar
Para la seña certera de la marca de fuego
que emerge como un grito puro y nuevo
la inmensa verdad de su sonrisa.
Yo, que no sé reír como ella
observo y contemplo sin sueño ni prisa
Destellos de lava ardiendo en mi extrañeza
Rugiendo y bramando como un lobo enloquecido
queda mi simpleza, tan arcaica como perdida
Rodando en las esferas del pensamiento
abandonado en la cascada incandescente de su ser.
Para aquella que logra vulnerar mis muros acorazados
mis murallas armadas con cañones de hierro y plomo
el verde necesario, la aparente calma del silencio
la temida y deseada matriz del todo,
Nada me resulta más urgente
que desgranar con mis manos el presente.
Para aquella que destella, aún en la distancia necesaria
retomo mis hábitos de monje laico,
y predico y predigo, ante todo el universo
que no hay nadie más intenso, que no hay ninguna más verdadera
que la que amo es de barro y fuego sagrado
que la que amo está cubierta con flores de oro
Todo esto soy por ella, todo esto y mucho más,
lo que fui y lo que no, lo que supe y lo que soy
A resguardo mis recuerdos, al fuego sagrado mis ansias
despertando cada vez a la noción primera
de la infinita candidez de su alma buena
al sabio reposo de una mirada llena de amor.
Yo, que no soy yo, y que tal vez sea
en algún tiempo y lugar distantes
me encuentro en la noche sombría
abrazado a una estrella que flotante
cuelga de un hilo de plata
y exultante se pierde a la lejanía, como un cometa,
como una luz, como una intensa y original variedad del sol.
FEDERICO CABALLO DEL INCA "ODA A DOÑA GIMENA", 1708, POEMAS SIN FIN PARA UN MUNDO FINITO
y de la herrumbre decanta como un bálsamo mis agonías,
escribo desde el lugar más lejano,
lo que ni el viento puede borrar, ni la mañana hacer olvidar
Para la seña certera de la marca de fuego
que emerge como un grito puro y nuevo
la inmensa verdad de su sonrisa.
Yo, que no sé reír como ella
observo y contemplo sin sueño ni prisa
Destellos de lava ardiendo en mi extrañeza
Rugiendo y bramando como un lobo enloquecido
queda mi simpleza, tan arcaica como perdida
Rodando en las esferas del pensamiento
abandonado en la cascada incandescente de su ser.
Para aquella que logra vulnerar mis muros acorazados
mis murallas armadas con cañones de hierro y plomo
el verde necesario, la aparente calma del silencio
la temida y deseada matriz del todo,
Nada me resulta más urgente
que desgranar con mis manos el presente.
Para aquella que destella, aún en la distancia necesaria
retomo mis hábitos de monje laico,
y predico y predigo, ante todo el universo
que no hay nadie más intenso, que no hay ninguna más verdadera
que la que amo es de barro y fuego sagrado
que la que amo está cubierta con flores de oro
Todo esto soy por ella, todo esto y mucho más,
lo que fui y lo que no, lo que supe y lo que soy
A resguardo mis recuerdos, al fuego sagrado mis ansias
despertando cada vez a la noción primera
de la infinita candidez de su alma buena
al sabio reposo de una mirada llena de amor.
Yo, que no soy yo, y que tal vez sea
en algún tiempo y lugar distantes
me encuentro en la noche sombría
abrazado a una estrella que flotante
cuelga de un hilo de plata
y exultante se pierde a la lejanía, como un cometa,
como una luz, como una intensa y original variedad del sol.
FEDERICO CABALLO DEL INCA "ODA A DOÑA GIMENA", 1708, POEMAS SIN FIN PARA UN MUNDO FINITO