De todas las posibilidades eligió la más incierta. Desde pequeña intentó se invisible. Miraba durante horas un espejo con la firme intención de que sucediera el milagro, que de pronto ya no se reflejara. Observaba el agua y se preguntaba si dentro de una gota no habría un universo con seres, casas y tornados. Sus padres comenzaron a preocuparse cuando Lidia, con solo cinco años se arrojó al vacío desde un acantilado. Cayó al mar y salió ilesa y feliz. Salió mojada y solo algo magullada.
La madre que temblaba de pies a cabeza la abrazó fuerte y le hizo prometer que no volvería a saltar de aquellas piedras de veinte metros de alto.
Durante veinticinco años ella mantuvo su promesa.
Una tarde neblinosa y húmeda un pequeño pájaro azul se posó sobre una rama a la salida del funeral, en donde ambos padres fueron enterrados luego de un trágico accidente. Lidia se acercó con delicadeza al ave y ésta se lanzó a volar. Ella corrió y corrió y debieron ser horas las que llevaba corriendo cuando de pronto se detuvo en plena noche. Se hallaba parada justo a la orilla de aquel acantilado de su niñez. Debajo, los bramidos del mar y la espuma incandescente la llamaban a saltar. Y saltó. Nunca llegó a tocar el agua. Mientras caía se fue desvaneciendo hasta desaparecer. La invisibilidad le fue concedida como un don previo a la muerte.
RAÚL DESIMONE, 1998 "LOS BRAMIDOS DEL MAR ETERNO" (Ed. Parra)
La madre que temblaba de pies a cabeza la abrazó fuerte y le hizo prometer que no volvería a saltar de aquellas piedras de veinte metros de alto.
Durante veinticinco años ella mantuvo su promesa.
Una tarde neblinosa y húmeda un pequeño pájaro azul se posó sobre una rama a la salida del funeral, en donde ambos padres fueron enterrados luego de un trágico accidente. Lidia se acercó con delicadeza al ave y ésta se lanzó a volar. Ella corrió y corrió y debieron ser horas las que llevaba corriendo cuando de pronto se detuvo en plena noche. Se hallaba parada justo a la orilla de aquel acantilado de su niñez. Debajo, los bramidos del mar y la espuma incandescente la llamaban a saltar. Y saltó. Nunca llegó a tocar el agua. Mientras caía se fue desvaneciendo hasta desaparecer. La invisibilidad le fue concedida como un don previo a la muerte.
RAÚL DESIMONE, 1998 "LOS BRAMIDOS DEL MAR ETERNO" (Ed. Parra)