Una visión estalló en su mente. De pronto todo fue claridad y desconsuelo. La impresión fue tan intensa que solo pudo llorar. Vio, claro como un manantial, el fin de todos los tiempos. La destrucción. El dios de la guerra reclamando su reino. Jaurías de fuego alado vomitadas por las entrañas del cielo caían sobre la tierra enturbiando las almas y socavando los ánimos. Las luces se apagaban y la noche se adueño del mundo como un espectro sin forma. El hálito caliente y vertiginoso del hierro fundiéndose con la carne, el magma incandescente inundándolo todo hasta derretir los huesos. Fue la fracción de una milésima de la más pequeña de las unidades imaginables y sin embargo se grabó en su interior como una cicatriz imborrable.
Muchos años después, ya en los días del atardecer, recordaba aquel fragmento de luz que se había incrustado en su imaginación como un recuerdo anclado en la memoria de lo que nunca fue y se dio cuenta, que aquello fue solo un recuerdo de un futuro diseñado para otra vida, en otro tiempo, acaso en otra estrella. Y sonrió.

AIXA VALLARES, 1999 "LOS TOPOS ERRANTES" (Ed. Signis)

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