Existe un lugar, una coordenada del infinito, que es algo así como la dirección de Dios.
En ese espacio inmenso y sin bordes habita, como una gran red de luz, la conexión con lo inmortal.
Un centro luminoso y vívido como un cristal blando, redondo hasta estallar y pulsante como un gigantesco bombo de proporciones divinas.
Entre la más extensa y vibrante luz, con destellos de ámbar y el rosa púrpura del éxtasis, habita escondido y atrapado, un grito centelleante, la voz máxima que canta y llora en nuestro interior.
No parece posible hacer un contacto directo, debemos bajar para subir, algo así como caminar en un gigantesco círculo en donde los extremos se tocan y se esfuman los límites.
Así que me decidí y no sin considerable pánico, bajé.
Con cada paso hacia la oscuridad de los abismos en donde cuervos y almas descontentas orillan las lánguidas ramas secas y resquebrajadas, una fuerza nueva se hacía presente en mi carne inmaterial. Estaba vivo y muerto. Rugía como una bestia y languidecía bajo aquellos caminos de piedra en los que los caminantes, valientes o cobardes, perdían el juicio y la cordura y quedaban para siempre pasmados ante la visión oscurecida de las vértebras del mal.
Para decantar todo aquello debía convertir el miedo en algún metal líquido que alimentara mis ansias de escapar de la gran prisión de la existencia. Puse como condición a mi propia alma elemental, que no habría pago para el mundo de las formas si no se me concediera el alguna clase de libertad bajo condiciones al menos en parte, aceptables y razonables.
Me llegó una nota escrita con tinta carmesí sobre una hoja de cáñamo que decía: "Hágase también la voluntad del que anhelante de huidas, cree que podría vivir o existir por los siglos de los siglos. Amen"
Firmé con sangre. Y ahí mismo arrojé a la hoguera de fuegos fatuos aquel pacto.
No era un secreto que los demonios solían hacer aquellos tratos y que solo una hazaña cósmica podría revertir -y no sin alto costo- lo firmado entre los cielos y un hombre.
A pesar de todo compré mi libertad. El precio era lo de menos.

WILLIAM DIGHION, 1879 "PACTUS IN DEMONAE" (Ed. Torres López)

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