Cuando contrataron a Gilles de Nazarre para diseñar la cúpula de la iglesia de Chemichaux-au-Ciel sabían que estaban frente al más experto constructor de catedrales de la época.
Sabían también que era el más caro.
Sabían también que era el más caro.
Pedía un verdadera fortuna por su trabajo.
Había acumulado tanta fortuna que según decían podría haberse hecho construir su propia Notre Dame.
Había acumulado tanta fortuna que según decían podría haberse hecho construir su propia Notre Dame.
Pero Gilles no era avaricioso ni estaba interesado en el dinero.
Con lo que ganaba con cada encargue compraba diamantes y los ponía al cuidado de los señores del Temple.
Con lo que ganaba con cada encargue compraba diamantes y los ponía al cuidado de los señores del Temple.
Sabía por sus estudios que un inventor contemporáneo estaba creando una máquina para viajar en el tiempo y había averiguado que aquel hombre llamado Mauricio Arbot compraba piedras preciosas en cantidades desproporcionadas y por lo que pudo saber, con ese material preparaba el combustible.
Su olfato de ingeniero y constructor audaz hizo que reparara en aquel dato que para otros era una simple anécdota acaso excéntrica.
Luego de dos años de intenso trabajo la iglesia se terminó y quedó maravillosa. Hermosas torres y el amplio salón hicieron el gusto de todos los miembros de la sociedad.
A la hora de la recompensa la cosa se puso mas bien difícil. El duque, encargado de aquella región era codicioso, mentiroso y cruel.
En lugar de pagar lo prometido, le entregó a Gilles una pequeña bolsa con unas monedas de oro y le advirtió de mala manera que desista de pedir lo faltante.
Gilles tomó la bolsa, inclinó la cabeza y se marchó sin protestar.
Al cabo de un tiempo se realizó la ceremonia de casamiento del duque con la heredera del marquesado. En el momento en el que estaban ambos frente al altar ante la mirada atenta de todos los cortesanos, una lámpara de hierro cayó del techo con tremendo ruido. Ante los ojos asustados de todos, se detuvo a unos centímetros de las cabezas de los novios.
Al día siguiente, Gilles recibió la visita del conde.
La sonrisa del ingeniero era calma y plácida.
Lo recibió como si fueran grandes amigos.
Al conde esto no le gustó pero se dijo a sí mismo que había encontrado un enemigo de su calibre.
Sin rodeos le dijo que creía que la lámpara caída era obra suya y no por error sino por acción directa y con mala intención; por otro lado no pudo dejar de agradecerle que la caída se hubiese detenido unos centímetros antes de matarlo.
Gilles asentía sin hablar y manteniendo una desvergonzada sonrisa dibujada en su calmo rostro.
El conde prosiguió y finalmente le preguntó si tenía alguna otra sorpresa de la cual debiera precaverse. Sereno y sin querer pasar por irrespetuoso, le dijo
-Señor mío, esto podría ser puesto de la siguiente manera: toda la iglesia, el castillo que vos habitáis e incluso otros lugares de vuestro vasto condado, han sido armados y reparados por mí y por lo tanto podría decirse que si no fuerais usted tan generoso como sois, que vivís en una trampa a cada paso.
El conde lo miró con odio mal disimulado y le dijo.
¿Qué quereís pues, ingeniero?-
-Lo prometido solamente que me corresponde por vuestra ley y vuestra palabra- dijo Gilles inclinando la cabeza.
El conde lo miraba buscando la falla en el discurso y con más ganas de decapitarlo allí mismo que de continuar la charla
-¿Y me aseguráis que entonces ya no correremos peligro los nobles de la casa?
-En cuanto a nos concierne, todo habrá de funcionar para placer de vuestro condado, mi señor.
-Bien- dijo el conde -Pasad a cobrar mañana por la mañana por la torre del sur. Os espero- y se retiró.
Al día siguiente Gilles se dirigió a la torre.
Sabía que allí habían muerto muchos enemigos del conde y de sus antepasados y montó un plan audaz.
Se presentó como fue arreglado junto a un miembro de la Orden del Temple.
Al verlo acompañado por uno de aquellos legendarios y temidos guerreros, le fue entregada la suma de minerales acordada.
Siete años más tarde, Gilles fue a ver a Mauricio Arbot y le contó acerca de su gran fortuna en joyas. Ambos convinieron en un acuerdo de mutuo interés
El trato fue el siguiente: Ardot recibiría el total de las joyas para hacer el polvo de combustible para la máquina del tiempo. A cambio Gilles se convertiría en su copiloto.
La Orden del Temple recibiría los beneficios por la venta de todos los objetos traídos del pasado o del futuro.
El trato se cumplió y hasta el día de hoy, en pleno siglo XXI se cuenta que Ardot y Gilles viajan por el tiempo asegurando las arcas del Temple que de esta manera cumple con su misión fundamental: la vigilia del Santo Sepulcro hasta la vuelta del Mesías.
SOR LUANA BLACKSMITH, 2010 "LA SAGRADA HISTORIA" (Ed. Roma)
Su olfato de ingeniero y constructor audaz hizo que reparara en aquel dato que para otros era una simple anécdota acaso excéntrica.
Luego de dos años de intenso trabajo la iglesia se terminó y quedó maravillosa. Hermosas torres y el amplio salón hicieron el gusto de todos los miembros de la sociedad.
A la hora de la recompensa la cosa se puso mas bien difícil. El duque, encargado de aquella región era codicioso, mentiroso y cruel.
En lugar de pagar lo prometido, le entregó a Gilles una pequeña bolsa con unas monedas de oro y le advirtió de mala manera que desista de pedir lo faltante.
Gilles tomó la bolsa, inclinó la cabeza y se marchó sin protestar.
Al cabo de un tiempo se realizó la ceremonia de casamiento del duque con la heredera del marquesado. En el momento en el que estaban ambos frente al altar ante la mirada atenta de todos los cortesanos, una lámpara de hierro cayó del techo con tremendo ruido. Ante los ojos asustados de todos, se detuvo a unos centímetros de las cabezas de los novios.
Al día siguiente, Gilles recibió la visita del conde.
La sonrisa del ingeniero era calma y plácida.
Lo recibió como si fueran grandes amigos.
Al conde esto no le gustó pero se dijo a sí mismo que había encontrado un enemigo de su calibre.
Sin rodeos le dijo que creía que la lámpara caída era obra suya y no por error sino por acción directa y con mala intención; por otro lado no pudo dejar de agradecerle que la caída se hubiese detenido unos centímetros antes de matarlo.
Gilles asentía sin hablar y manteniendo una desvergonzada sonrisa dibujada en su calmo rostro.
El conde prosiguió y finalmente le preguntó si tenía alguna otra sorpresa de la cual debiera precaverse. Sereno y sin querer pasar por irrespetuoso, le dijo
-Señor mío, esto podría ser puesto de la siguiente manera: toda la iglesia, el castillo que vos habitáis e incluso otros lugares de vuestro vasto condado, han sido armados y reparados por mí y por lo tanto podría decirse que si no fuerais usted tan generoso como sois, que vivís en una trampa a cada paso.
El conde lo miró con odio mal disimulado y le dijo.
¿Qué quereís pues, ingeniero?-
-Lo prometido solamente que me corresponde por vuestra ley y vuestra palabra- dijo Gilles inclinando la cabeza.
El conde lo miraba buscando la falla en el discurso y con más ganas de decapitarlo allí mismo que de continuar la charla
-¿Y me aseguráis que entonces ya no correremos peligro los nobles de la casa?
-En cuanto a nos concierne, todo habrá de funcionar para placer de vuestro condado, mi señor.
-Bien- dijo el conde -Pasad a cobrar mañana por la mañana por la torre del sur. Os espero- y se retiró.
Al día siguiente Gilles se dirigió a la torre.
Sabía que allí habían muerto muchos enemigos del conde y de sus antepasados y montó un plan audaz.
Se presentó como fue arreglado junto a un miembro de la Orden del Temple.
Al verlo acompañado por uno de aquellos legendarios y temidos guerreros, le fue entregada la suma de minerales acordada.
Siete años más tarde, Gilles fue a ver a Mauricio Arbot y le contó acerca de su gran fortuna en joyas. Ambos convinieron en un acuerdo de mutuo interés
El trato fue el siguiente: Ardot recibiría el total de las joyas para hacer el polvo de combustible para la máquina del tiempo. A cambio Gilles se convertiría en su copiloto.
La Orden del Temple recibiría los beneficios por la venta de todos los objetos traídos del pasado o del futuro.
El trato se cumplió y hasta el día de hoy, en pleno siglo XXI se cuenta que Ardot y Gilles viajan por el tiempo asegurando las arcas del Temple que de esta manera cumple con su misión fundamental: la vigilia del Santo Sepulcro hasta la vuelta del Mesías.
SOR LUANA BLACKSMITH, 2010 "LA SAGRADA HISTORIA" (Ed. Roma)