El cielo se tiñó de verde y amarillo.
Bandadas de pájaros de las más diversas especies competían por jugar con aquel sol fulgurante que irradiaba luz, calor y pulsos de vida.
Sentado entre árboles frondosos, Lilian observaba el juego de movimientos multicolores de las aves volando a diferentes alturas, cruzándose y pasando tan cerca unas de otras sin siquiera rozarse.
Era como una coreografía ensayada por milenios haciendo su representación ante un público invisible. Pero allí estaba ella, Lilian, una híbrida, hija de hombre y hada.
Una extraña en dos mundos, bella y singular.
Su rostro reflejaba la luz de tal manera que incluso podía cegar a un alma oscura.
Sus ojos rasgados hasta lo imposible, contenían aquellos ojos claros, raramente violáceos y verdosos, un arco iris distinto y cautivador. Sus orejas terminaban en una punta suave, claro indicio de sus ancestros del reino de los elementales. Las manos finas y delicadas parecían las de una pianista; uñas largas y filosas sin embargo, prevenían a quien pudiera creer que la delicadeza representaba debilidad. Todo lo contrario, aquella raza nueva y desconocida, era la expresión radiante de la improbabilidad tomando con fuerza a la materia y transformando lo conocido en un estallido de imposibilidades hecho cuerpo y sangre.
Mientras lo pájaros continuaban su festejo solar, en el bosque los pequeños animales de sangre caliente correteaban investigando su eterno hogar, buscando alimento, compañía, o dejándose abrumar por el inmenso solaz de los sentidos.
Lilian era el nombre que eligieron sus padres y fue por la flor, el lilio, una hermosa planta de tres colores: violeta, verde y magenta. Una combinación rara en la naturaleza y que en aquella flor se daba tan natural que era posible observar un universo entero con sus estrellas y constelaciones, con solo enfocar la mirada en los pétalos a la luz del atardecer.
Sin embargo Lilian estaba sola. Muy sola.
No había muchos congéneres con quienes compartir la belleza de la vida o el temor a la noche.
Sabía por noticias de viajeros de ultramar que en algunos lugares lejanos había seres como ella.
Pero no tenía edad aún para emprender largos viajes.
Su adolescencia recién iba llegando a su fin y se esperaba que ella liderara ejército de hombres y mujeres que la veían como una enviada del confín de los mundos.
Y así, sola entre los árboles y las gentes comunes, buscaba la quintaesencia de su ser, meditando en la profundidad de un bosque o en la fría soledad de una caverna.
Una mañana despertó con frío luego de quedarse dormida a la orilla de un pequeño arroyo de aguas transparentes y aún temblando caminó descalza hacia un prado, claro y luminoso, se paró en el medio entre verdes pasto de aroma a vida y alzó los brazos.
El níveo vestido blanco cayó de su cuerpo y desnuda al sol, se fue desvaneciendo de a poco.
Como una bruma invisible, su cuerpo pasó de la pura materia a la energía espectral hasta que finalmente desapareció.

LORN DE GRACE, 1788 "ANTIGUAS LEYENDAS CELTAS Y SERRANAS" (Ed. Goennin)

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