El día estaba despejado y hacía calor. Desde el fondo de un agujero negro y enorme salía humo. Había un largo y pesado silencio. Del centro del pozo salían como despedidas, un millón de cucarachas blancas.
Corrían enloquecidas en todas direcciones formando una alfombra blanca sobre la tierra negra.
El calor parecía aumentar, el aire se volvió espeso y el suelo retumbaba con un sonido sordo y acompasado.
Desde otros agujeros situados a algunos cientos de metros de distancia emergieron torbellinos de más cucarachas blancas, un millón de cada agujero.
La tierra parecía un mosaico que se iba cubriendo blanco desde todas direcciones. Algunos pájaros revoloteaban alrededor sin decidirse a hacer nada en particular.
Nos encontrábamos dentro de la macroesfera, protegidos, o al menos eso creíamos.
El grupo estaba completo, y fue eso un gran logro, llegar hasta allí en medio de tantos peligros y en tan poco tiempo.
Todos habían pasado innumerables problemas para hacerse presentes a la hora convenida.
Una vez que nos encontramos todos y sabiendo que muy pronto sería el amanecer de las cucarachas albinas, cerramos la capota de cristal y nos quedamos dentro, cada uno en su asiento observando, atentos, tratando de vivir el momento, intentando desterrar las dudas y los temores que nos asaltaban
¿Estaríamos a salvo? ¿Serviría realmente esta experiencia? ¿Sería una trampa?.
¿Estaríamos a salvo? ¿Serviría realmente esta experiencia? ¿Sería una trampa?.
Todas estas cosas y aún muchas más circulaban en silencio entre nosotros.
En el momento en que las cucarachas albinas comenzaron a trepar la macroesfera y la luz parecía escabullirse de nuestro alrededor.
Sentimos miedo.
Sentimos miedo.
Luego el sonido descarnado y ululante de las criaturas que parecían comunicarse entre ellas.
Pánico era poco, horror y autocompasión, locura cercana, raptos de desesperanza y deseos de morir, tal era nuestro estado cuando todo se puso oscuro y negro.
La macroesfera comenzó a rodar suavemente hacia un costado mientras los insectos impedían que pudiésemos ver absolutamente nada.
Rodó hacia un lado y comenzamos a sentirnos mareados.
Algunos tuvieron nauseas y a otros les dolían los ojos.
Yo sentía que la cabeza se despegaba de mi cuerpo y rodaba dentro de la esfera. ¿Cúanto duró todo eso? A lo mejor unos segundos pero para nosotros duró una eternidad demasiado eterna.
Cuando la bola detuvo su errático andar ya no habían cucarachas a su alrededor.
Con lo poco que nos quedaba de nuestros sentidos comprendimos que ya todo había pasado, que el tiempo de la prueba había terminado y que la habíamos superado.
ADELMAR NUNES RIVARINHO DE SOUSA, 2000 "ESTRATOS DE LA MACRO ESFERA" (Ed. Parramus & LInks & Pratt)