Ella nunca volvió a aparecer.
Como si se la hubiese tragado el horizonte su figura liviana y evanescente se desdibujó una tarde naranja.
Flotaba.
El viento no le ponía resistencia, al contrario, parecía que la atraía como un imán hacia el centro de otro universo, una escapada hacia estrellas diurnas y espacios sin final.
Sus cabellos parecían flamear, encendidos como fuego helado y dejaba una estela de luz difusa que parecía marca una ruta al pasado.
La sinuosa línea que se proyectaba en el aire, parecía contener misterios, frases no dichas, promesas inconclusas.
El sol caía mostrando por última vez su redondez perfecta.
Los rayos sin embargo aún resplandecían hacia lo alto resquebrajando nubes, interfiriendo el espacio y dejando el tono de la vida por encima del techo del mundo, solo un poco antes del crepúsculo y la oscuridad total.
Como un rayo de luz amarilla, cruzó todo el universo hasta llegar sobre sus mágicos pies flotantes, a la más negra de las sombras.
Allí, en un lugar sin luz ni vida sopló fuerte con sus labios finos y abrió sus ojos inundando la oscuridad desde los prístinos centros vitales desde los que parecía fluir el magma encendido de una fuerza incandescente y poderosa.
Y el cielo del vacío sin sombras se iluminó para siempre y otro nuevo mundo fue creado.
Sus ojos barnizados de miel, cercados por las finas líneas negras que los resaltaban, se hicieron uno con el entorno y ella, la más extraña mujer del mundo, emprendió otro viaje, hacia el confín de las fronteras en un cosmos resplandeciente sin bordes ni comienzos, sin líneas ni objetos. Libre y eterna se convirtió en una revelación de la gracia, la socia del Creador.
SERGEI NOBAKOV, 1945 "MUJERES DIVINAS" (Ed. Stromberg-Kanika)
Como si se la hubiese tragado el horizonte su figura liviana y evanescente se desdibujó una tarde naranja.
Flotaba.
El viento no le ponía resistencia, al contrario, parecía que la atraía como un imán hacia el centro de otro universo, una escapada hacia estrellas diurnas y espacios sin final.
Sus cabellos parecían flamear, encendidos como fuego helado y dejaba una estela de luz difusa que parecía marca una ruta al pasado.
La sinuosa línea que se proyectaba en el aire, parecía contener misterios, frases no dichas, promesas inconclusas.
El sol caía mostrando por última vez su redondez perfecta.
Los rayos sin embargo aún resplandecían hacia lo alto resquebrajando nubes, interfiriendo el espacio y dejando el tono de la vida por encima del techo del mundo, solo un poco antes del crepúsculo y la oscuridad total.
Como un rayo de luz amarilla, cruzó todo el universo hasta llegar sobre sus mágicos pies flotantes, a la más negra de las sombras.
Allí, en un lugar sin luz ni vida sopló fuerte con sus labios finos y abrió sus ojos inundando la oscuridad desde los prístinos centros vitales desde los que parecía fluir el magma encendido de una fuerza incandescente y poderosa.
Y el cielo del vacío sin sombras se iluminó para siempre y otro nuevo mundo fue creado.
Sus ojos barnizados de miel, cercados por las finas líneas negras que los resaltaban, se hicieron uno con el entorno y ella, la más extraña mujer del mundo, emprendió otro viaje, hacia el confín de las fronteras en un cosmos resplandeciente sin bordes ni comienzos, sin líneas ni objetos. Libre y eterna se convirtió en una revelación de la gracia, la socia del Creador.
SERGEI NOBAKOV, 1945 "MUJERES DIVINAS" (Ed. Stromberg-Kanika)