Había llegado como un salmón, saltando entre las rocas en dirección contraria al fluir del río de la vida.
Le decían El Rampante.
Nadie sabía bien porque, pero el caso es que todos lo conocían por ese nombre.
Su especialidad era la confección de planes que pudieran distraer al tiempo. Algo así como una inyección de improbabilidades estadísticas en un sistema dado. El Rampante tenía la capacidad curiosa y poco común de enamorarse de situaciones que por lo extrañas o peligrosas, podían traerle la satisfacción de vencer alguna ley o alguna premisa.
Su andar era curioso, siempre estaba con sus zapatos embarrados y las uñas demasiado largas. La boina roja que utilizaba parecía hecha para hacerlo quedar como un indigente. Raída y descolorida, la llevaba como si fuera de vital importancia o perteneciera a alguna organización militar dentro de la cual su uso fuese obligatorio.
Se ayudaba con un bastón aunque no tenía ningún problema para caminar y además era joven, enérgico y vital.
Usaba una camisa a cuadros por encima de una remera negra que rara vez había conocido un lavado.
Los demás lo observaban y toleraban, en parte por su genio impredecible y también por su inmensa fortuna, que lo hacía dueño de casi todas la tierras de la zona.
Quienes no lo conocieran podrían suponer que había heredado el dinero y que lo malgastaba. La verdad era que se había hecho rico en solo dos años.
Uno de sus inventos: el realzador de fuentes protónicas, fue vendida a la NASA en una cifra que nadie podría siquiera pronunciar.
A los tres meses de aquello compró una vieja bodega de vinos de medio pelo y con un aditivo generado en su laboratorio, consiguió elaborar una bebida a la que llamó "PALASEN" y que revolucionó el mercado del alcohol para adolescentes y jóvenes. Consiguió hacer crecer una lima transgénica que no producía desperdicio ya que la cáscara ácida, una vez procesada en una simple máquina hogareña podía ser utilizada como combustible. Crío una docena de animales distintos a lo que les alteró algunos genes inventando así una nueva clase de chinchillas, zorros, gallinas y cobayos. A unos los hizo transparentes y a otros les crecieron alas. En el verano desarmó un tractor y lo remodeló en un octaedro sintético para viajes espaciales. Pudo concertar una entrevista con algunos presidentes y lo que hizo fue de tal magnitud que hasta hoy figura en el registro de los archivos secretos de los países. Se presentó en veinte entrevistas con los altos mandatarios al mismo tiempo en diversos lugares del planeta. No era un holograma ni mucho menos una ficción o una fantasía: había logrado dividirse a sí mismo y también multiplicarse. Podía surfear entre los escondrijos del tiempo y así llevar y traer cosas del futuro al pasado y viceversa. También había logrado crear una piel artificial para implantar sobre piedras de modo de que dejaran de ser tan frías y pudieran servir para otros cometidos. En una ocasión construyó un asiento que le permitía leer los pensamientos de las personas; pero no los pensamientos actuales sino los que tendrían en un futuro lejano y aún en próximas vidas. Compró unos terrenos en donde plantaban mandarinas y las trató con un producto que las hizo crecer al punto de ser más grandes que los zapallos y aun mínimo costo por lo que se podía solucionar el hambre de los niños de la región.
Su astucia era sin igual y su fortuna aumentaba a velocidad incontable.
Su secreto nadie lo sabía pero se decía que no era humano. Algunos le atribuían pactos con demonios y otros no se hubiesen sorprendido de verlo escapar en una nave espacial. Pero nada de eso se correspondía con la realidad. Simplemente, así como el salmón, nadaba contra las corrientes de la inercia y por lo tanto veía lo que siempre estuvo allí y todos pasaban por alto.
Ni siquiera tenía esa típica y comprensible vanidad de los genios. Simplemente se definía como alguien que prestaba atención. Y en esa frase residía todo el secreto. La atención la prestaba más no la regalaba. Y como todo préstamo le era devuelto con interés, el interés de la vida.
El Rampante descubrió el secreto de la inmortalidad, la cura para todas la enfermedades, desenterró el huevo cósmico de la riqueza suprema y conversó con los cielos de todos los mundos. Un día simplemente se retiró a pensar. Nunca más se lo volvió a ver. Sus tierras, inventos y contribuciones fueron enterrados, olvidados y quemados. Todos estaban de acuerdo en una sola cosa: borrar su memoria de la faz de la tierra y luego emborracharse son sake hasta el fin de los tiempos.

LAUTARO PÓRFIDO-LEZCANO, 1988 "MUESTRAS DE LOCURA" (Ed. Sintis)

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