Se había convertido en mariposa.
Una bella y extravagante mujer alada.
Había realizado los rituales apropiados y el efecto de la mutación finalmente dio su resultado.
Una pequeña joven de piel muy negra y ojos entre rojo-azulado y amatista que brillaban como luces encendidas en un museo oscuro.
Fuego bajo las cejas y fuego en el alma.
De niña soñaba con dos cosas: volar y ser feliz. Por algún motivo asociaba lo segundo a lo primero.
En la biblioteca de su casa había algunos libros muy antiguos con raros dibujos de pentagramas, ojos y números.
Había uno en especial que atrajo su joven interés y se llamaba Rituales de Magia Antigua.
Lo leyó y hojeó innumerables veces hasta que cada uno de los pasos se le grabó en su sensible y moldeable mente.
Cuando cumplió los quince años se internó en lo profundo del bosque y preparó los elementos necesarios para el mágico momento.
Sal, cuerdas, azufre y las líneas escritas con tinta negra sobre cuero de carnero.
Vestía con un largo vestido de seda bordado con hilos de oro por ella misma con todos los símbolos del cambio que los antiguos adjudicaban a los dioses solares.
Tomó la sal y trazó un gran círculo a su alrededor.
Cruzó las cuerdas en forma de cruz y se paró en el medio.
Untó sus manos con una grasa que sacó de su bolsa y prendió el fuego con el azufre sobre sus manos. Y allí s quedó con los brazos extendidos con una llama encendida en cada mano como una estatua llena de vida invocando al espíritu de las luces y el cambio.
Su pelo brillante y alisado y enteramente blanco como nieve impecable sobre la piel oscura.
Un suave viento comenzó a circular entre los árboles en forma de dulce remolino creando un campo de fuerza alrededor de la joven y su círculo de poder.
Aves y hojas abandonaron las ramas.
El polvo y la tierra comenzaron a volar en espiral hacia un cielo que parecía no terminar nunca.
Y dentro de aquel espacio sellado por la fuerza de la creencia y un ritual repetido por los siglos de los siglos, estaba ella, tan transparente en su justa inocencia, solo buscando las alas multicolores de la promesa de la niña que fue.
Sonaron sus palabras como mil voces de ángeles multiplicados por los mil universos y por los siete sellos del misterio de la existencia.
Con cada sílaba la joven podía hacer hervir la sangre de los mortales.
Se había hecho tan poderosa que podría haber pedido un lugar entre los amos del mundo.
Sin embargo ella solo tenía una imagen en mente.
Terminó de recitar los vocablos sagrados y bajo los brazos.
El fuego se apagó en sus manos y el viento cesó. Cayeron al piso ramas y algunas plumas perdidas.
Cuando el polvo decantó suave contra el piso, ella estaba acuclillada como rindiendo culto a los dioses de la naturaleza en aquel inmenso bosque.
Se levantó de a poco, como cuidando una criatura, ella misma al cuidado de su nuevo ser.
Por detrás de su espalda y su cabellera abrió imponente sus nuevas y maravillosas alas de mariposa.
Inmensas y luminosas, coloridas, iridiscentes y levemente metalizadas, esas alas eran las de una diosa. La mujer negra con ojos amatista y alas de mariposa salió volando hacia una altura en la que solo las águilas llegarían y se perdió en el más oscuro de los cielos, apenas estrellado por las luces de los soles del equinoccio.
ALBERTO MUNDO, 2012 "LAS IRIDISCENTES ALAS DEL TIEMPO" (Ed. Jarvis)
Una bella y extravagante mujer alada.
Había realizado los rituales apropiados y el efecto de la mutación finalmente dio su resultado.
Una pequeña joven de piel muy negra y ojos entre rojo-azulado y amatista que brillaban como luces encendidas en un museo oscuro.
Fuego bajo las cejas y fuego en el alma.
De niña soñaba con dos cosas: volar y ser feliz. Por algún motivo asociaba lo segundo a lo primero.
En la biblioteca de su casa había algunos libros muy antiguos con raros dibujos de pentagramas, ojos y números.
Había uno en especial que atrajo su joven interés y se llamaba Rituales de Magia Antigua.
Lo leyó y hojeó innumerables veces hasta que cada uno de los pasos se le grabó en su sensible y moldeable mente.
Cuando cumplió los quince años se internó en lo profundo del bosque y preparó los elementos necesarios para el mágico momento.
Sal, cuerdas, azufre y las líneas escritas con tinta negra sobre cuero de carnero.
Vestía con un largo vestido de seda bordado con hilos de oro por ella misma con todos los símbolos del cambio que los antiguos adjudicaban a los dioses solares.
Tomó la sal y trazó un gran círculo a su alrededor.
Cruzó las cuerdas en forma de cruz y se paró en el medio.
Untó sus manos con una grasa que sacó de su bolsa y prendió el fuego con el azufre sobre sus manos. Y allí s quedó con los brazos extendidos con una llama encendida en cada mano como una estatua llena de vida invocando al espíritu de las luces y el cambio.
Su pelo brillante y alisado y enteramente blanco como nieve impecable sobre la piel oscura.
Un suave viento comenzó a circular entre los árboles en forma de dulce remolino creando un campo de fuerza alrededor de la joven y su círculo de poder.
Aves y hojas abandonaron las ramas.
El polvo y la tierra comenzaron a volar en espiral hacia un cielo que parecía no terminar nunca.
Y dentro de aquel espacio sellado por la fuerza de la creencia y un ritual repetido por los siglos de los siglos, estaba ella, tan transparente en su justa inocencia, solo buscando las alas multicolores de la promesa de la niña que fue.
Sonaron sus palabras como mil voces de ángeles multiplicados por los mil universos y por los siete sellos del misterio de la existencia.
Con cada sílaba la joven podía hacer hervir la sangre de los mortales.
Se había hecho tan poderosa que podría haber pedido un lugar entre los amos del mundo.
Sin embargo ella solo tenía una imagen en mente.
Terminó de recitar los vocablos sagrados y bajo los brazos.
El fuego se apagó en sus manos y el viento cesó. Cayeron al piso ramas y algunas plumas perdidas.
Cuando el polvo decantó suave contra el piso, ella estaba acuclillada como rindiendo culto a los dioses de la naturaleza en aquel inmenso bosque.
Se levantó de a poco, como cuidando una criatura, ella misma al cuidado de su nuevo ser.
Por detrás de su espalda y su cabellera abrió imponente sus nuevas y maravillosas alas de mariposa.
Inmensas y luminosas, coloridas, iridiscentes y levemente metalizadas, esas alas eran las de una diosa. La mujer negra con ojos amatista y alas de mariposa salió volando hacia una altura en la que solo las águilas llegarían y se perdió en el más oscuro de los cielos, apenas estrellado por las luces de los soles del equinoccio.
ALBERTO MUNDO, 2012 "LAS IRIDISCENTES ALAS DEL TIEMPO" (Ed. Jarvis)