Las llamas ardieron sobre la ciudad ante el asombro de nobles y profanos.
Como lo habían anunciado los profetas, el fin de los tiempos se presentaba como un estado de las cosas en las que todo pasado sería quemado hasta los cimientos. 
Desde el cielo infinito viajó un sonido que de tan fuerte helaba la sangre. Provenía del cuerno de los ángeles, llamado "la Diana Sagrada"
Habían descendido cinco ángeles rodeados de fuego escarlata con lanzas de trueno y espadas. 
Con la velocidad de caballos invisibles flotando en la atmósfera del mundo, se arrojaron de entre la nubes hacia los techos, desde el suelo a las torres sagradas de los pontífices destruyéndolo todo a su paso, indiferentes a las súplicas y gritos, a ruegos o tardíos arrepentimientos.
Como una ardiente antorcha luminosa y caliente su bocas vomitaban fuego y humo. 
Eran temibles y bellos. 
Lloraban lágrimas de cristal mientras cumplían con el destino impuesto de ser agentes de destrucción comandados desde lo alto por las jerarquías al mando del ordenamiento cósmico.
Guerreros de luz y muerte.
Al frente de los cinco se hallaba un ser luminoso con una energía tan incontenible que lo hacía insoportable a la vista de los mortales. 
Lo llamaban El Ángel Cristalino y su mirada podía quemar valles y cerros, evaporar las aguas de los mares o fundir el acero y el oro. A su paso los hombres perdían la razón y solo los verdaderamente puros de corazón podían soportar su presencia, los otros enloquecían o enfermaban. 
Los otros ángeles lo veneraban y respetaban como una entidad aún más elevada que ellos mismos. Sabían que como comandante supremo de semejante misión tenía el don de la dualidad. 
Mientras los ángeles -aún los más poderosos- conocían solo un aspecto de la existencia que era la luz y la armonía, El Ángel Cristalino había estado en varios infiernos. 
Había salido de allí con la fuerza de una voluntad entrenada en las lavas eternas de las tierras muertas. Sobrellevar el contraste con los oscuros designios de las sombras lo habían hecho un portador del fuego sagrado, un inmaculado mutante entre la línea del bien y del mal. 
Poseía grandes alas blancas, un ángel portentoso con armas fulgurantes, llamaba a los suyos con un cuerno de oro y rubíes. Ese era su trofeo material, un recuerdo de su paso por el universo de los descendidos. Allí encontró el trofeo buscado conocido en todos los planos y universos como "Diana Sagrada". 
Dentro de un cuenco enterrado en el barro más horrendo y pútrido de la materia más tosca bullía un agua destilada por los tiempos, una remembranza de tiempos celestiales perdida en las profundidades. Hasta lo más hondo de lo imposible penetró con su mente y allí, entre todos los monstruos vivos y muertos, rescató aquella pieza preciosa tanto el mundo de la materia como en el inmaterial plano de los pensamientos y la energía. 
Habían partido cien ángeles enviados por el Gran Comandante Solar en busca de aquella presea: la Diana Sagrada. 
Solo uno volvió. 
Para desgracia o para el equilibrio, los restantes noventa y nueve seres alados sucumbieron ante las tentaciones o los horrores del averno anti celestial. 
Y cuando con el último aliento, el Ángel Cristalino tomó la Diana Sagrada y la llevó hacia los límites siderales para entregarla a su mentor, éste le pidió que la conservara, para sí recordar su propósito y la fuente de su poder. Y así, el cuerno de oro y piedras preciosas conocido como la Diana Sagrada se convirtió en el llamador de las tropas celestiales.

LAUREEN MIDDLETON, 2012 "EL ÁNGEL CRISTALINO" (Ed. Atenea & Marillion)

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