Había en sus ojos un rastro inconfundible de brutalidad perversa y vocación sanguinaria. Sus facciones eran bellas y su porte, el de un noble o un atleta. Los cabellos rizados y muy rubios caían como modelados por un escultor del renacimiento. Era casi imposible percibir maldad alguna si no fuese por esa mirada que helaba la sangre y producía un miedo ancestral aún peor que la muerte. Se podía intuir de una forma lejana pero certera que aquel ser tenía una sola meta: desposeer del alma inmortal a quien se le pusiese adelante. Su fortaleza mental se podía observar en la curvatura del ceño y en la gélida, fría e hipnótica mirada, que como una ausencia cargada de pecado, se perdía en un infinito inalcanzable y solitario. El iris contenía varios colores y eran tan bellos en su fluoresencia iridiscente que incluso parecía girar como pequeñas ruedas de la fortuna provocando un espasmo de ardor y sometiendo la voluntad hasta la entrega total a su comando.
De sabiduría ancestral y con la inconsciencia natural de los vampiros, rodeaba su presencia con un aura de dulce misterio. Su capacidad mimética lo hacían parecer un ser empático, sensible y solícito. Sin embargo aquellos seres y este en particular carecían de sentimientos. No se trataba de que sufrieran alguna clase de trauma o dolor sino sencillamente que su conformación biológica y en los tiempos de su proceso evolutivo no hubo necesidad del desarrollo de ninguna clase de pulsión emocional. Eran seres formados para el alimento y el placer. Algunos ingenuos creyeron ver en aquel refinamiento un signo de elevación y hubo quienes los confundieron como los dioses. Su poder latente y la manera mimética con la que lograban hacerse ver como sus víctimas lo desearan, había contribuido en buena medida al error y el precio había sido enorme.
Los más jóvenes habían recibido instrucción de sus mayores. Quinientos años de conocimientos podían ser muy útiles contra los escasos años vividos por los mortales. Conocían el secreto de la seducción y del encanto, el poder del miedo y de la lástima.
Podían seducir y matar con el mismo tono de lejanía y sin un ápice de culpa o remordimientos. Eran superiores en tantos sentidos que era fácil olvidar que se trataba de simples engendros creados por los hechizos de almas descarriadas.
En los círculos del mundo de lo oculto, se sabía que mucho tiempo atrás, cuando los ríos atravesaban los desiertos y los muros de piedra tallada protegían las ciudades de barro, surgieron de la noche las hechiceras del dolor. Confabuladas en torno a la maldición y el odio como combustible para sus reuniones, invocaron a todos los demonios e hicieron un pacto. Sus almas y la de todos los que sus criaturas lograran cazar irían solo a los dioses de la noche. Fueron así recompensadas con ritos misteriosos y pérfidos, conjuros y formulas para la transmutación de la materia y para impregnar de magnetismo lunar a los semi vivos seres que crearon.
Desde antes de Caldea y Sumeria, las fuerzas de la oscuridad forjaron su presencia en la tierra.
Al comienzo ellas estaban tan arrobadas y felices dentro de su locura que no lograron ver que su propia destrucción era un paso necesario para le evolución de los vampiros energéticos surgidos de las tierras de la Mesopotamia.
Sus hijos las asesinaron y fueron devoradas por su prole.
Con los siglos se volvieron fuertes y mucho más sabios que los humanos, pudiendo planificar por siglos sus pasos venideros.
Así, y en medio de humanos que morían jóvenes. ellos prolongaban sus existencias en base a puro alimento solar: almas humanas.
El conjuro original sin embargo contenía una cláusula que fue dicha aquel día funesto durante el ritual. Esta decía que solo por cuatro mil años su poder seguiría en pie y que luego, debían someterse a un segundo pacto, un nuevo trato, un acuerdo para repartirse el destino del mundo.
El tiempo se había cumplido y ni siquiera ellos, con u inmenso poder podían sustraerse a la rueda del magnetismo que los ataba a negociar.
Por eso estaba ese ser allí, en el instante preciso, con sus ojos de diamante pulido. Enfrente se hallaba una niña llamada Soraya. Descendiente directa de la más terrible de las brujas ancestrales y con un poder tan inmenso que aún ellos le temían. Soraya contaba con trece años y la potencia de las fuerzas naturales desarrollándose en ella.
(continuará)
ALEJANDRA MIDLIGHT, 2012 "HECHICERAS DE CALDEA" (Ed. Singora)
De sabiduría ancestral y con la inconsciencia natural de los vampiros, rodeaba su presencia con un aura de dulce misterio. Su capacidad mimética lo hacían parecer un ser empático, sensible y solícito. Sin embargo aquellos seres y este en particular carecían de sentimientos. No se trataba de que sufrieran alguna clase de trauma o dolor sino sencillamente que su conformación biológica y en los tiempos de su proceso evolutivo no hubo necesidad del desarrollo de ninguna clase de pulsión emocional. Eran seres formados para el alimento y el placer. Algunos ingenuos creyeron ver en aquel refinamiento un signo de elevación y hubo quienes los confundieron como los dioses. Su poder latente y la manera mimética con la que lograban hacerse ver como sus víctimas lo desearan, había contribuido en buena medida al error y el precio había sido enorme.
Los más jóvenes habían recibido instrucción de sus mayores. Quinientos años de conocimientos podían ser muy útiles contra los escasos años vividos por los mortales. Conocían el secreto de la seducción y del encanto, el poder del miedo y de la lástima.
Podían seducir y matar con el mismo tono de lejanía y sin un ápice de culpa o remordimientos. Eran superiores en tantos sentidos que era fácil olvidar que se trataba de simples engendros creados por los hechizos de almas descarriadas.
En los círculos del mundo de lo oculto, se sabía que mucho tiempo atrás, cuando los ríos atravesaban los desiertos y los muros de piedra tallada protegían las ciudades de barro, surgieron de la noche las hechiceras del dolor. Confabuladas en torno a la maldición y el odio como combustible para sus reuniones, invocaron a todos los demonios e hicieron un pacto. Sus almas y la de todos los que sus criaturas lograran cazar irían solo a los dioses de la noche. Fueron así recompensadas con ritos misteriosos y pérfidos, conjuros y formulas para la transmutación de la materia y para impregnar de magnetismo lunar a los semi vivos seres que crearon.
Desde antes de Caldea y Sumeria, las fuerzas de la oscuridad forjaron su presencia en la tierra.
Al comienzo ellas estaban tan arrobadas y felices dentro de su locura que no lograron ver que su propia destrucción era un paso necesario para le evolución de los vampiros energéticos surgidos de las tierras de la Mesopotamia.
Sus hijos las asesinaron y fueron devoradas por su prole.
Con los siglos se volvieron fuertes y mucho más sabios que los humanos, pudiendo planificar por siglos sus pasos venideros.
Así, y en medio de humanos que morían jóvenes. ellos prolongaban sus existencias en base a puro alimento solar: almas humanas.
El conjuro original sin embargo contenía una cláusula que fue dicha aquel día funesto durante el ritual. Esta decía que solo por cuatro mil años su poder seguiría en pie y que luego, debían someterse a un segundo pacto, un nuevo trato, un acuerdo para repartirse el destino del mundo.
El tiempo se había cumplido y ni siquiera ellos, con u inmenso poder podían sustraerse a la rueda del magnetismo que los ataba a negociar.
Por eso estaba ese ser allí, en el instante preciso, con sus ojos de diamante pulido. Enfrente se hallaba una niña llamada Soraya. Descendiente directa de la más terrible de las brujas ancestrales y con un poder tan inmenso que aún ellos le temían. Soraya contaba con trece años y la potencia de las fuerzas naturales desarrollándose en ella.
(continuará)
ALEJANDRA MIDLIGHT, 2012 "HECHICERAS DE CALDEA" (Ed. Singora)