Sobre un fondo colorido y extraño, se hallaba de pie, la pitonisa de la virtualidad.
Como en un escenario fabulado y frente a un auditorio situado en otra dimensión, ella se expresaba por su sola presencia. Miraba sin mirar y como una fuerza natural lograba traspasar el campo de acción de la materia para deslizarse hacia los confines de la imaginación, impregnando con su perfecta mirada el alma de quien pudiese observarla. Esa potencia avasallante y multiplicadora se percibía como una fuente inagotable de mieles o acaso con la furia huracanada de los elementos. Todo era posible y de nada había certeza. La simple pulsión de vida efervescente que brotaba de su presencia era de tal orden que amplificaba la energía contenida hasta que como partículas de luz viajeras, se reconvertían a la unidad de la imagen resolviéndose por sí mismas como una fuente de serena armonía.
Así se manifestaba entre el universo de la incandescencia y la materialidad del presente. Y en cada pequeño gesto destellaban como gotas de ámbar y miel sus ojos luminosos y profundamente inescrutables. Médium entre los dioses y los hombres, vestía su ropaje ritual de finas líneas negras y blancas, como un recuerdo de la dualidad, presencia y ausencia, el bien y el mal. Su mano elegante sostenía la vara ígnea que podía abrir los portales interdimensionales para llevar su propia energía al otro lado del globo. El detalle, de su cabello sombreando su rostro solo le añadía un halo de misterio a aquella dama casi inmaterial. La pitonisa se manifestaba como una intención expansiva hacia los confines de la materia. Era sin duda una habitante de dos mundos, una antorcha encendida en dos dimensiones, y así, entre los costados adyacentes de la vida, su impronta poderosa dejó huellas de este lado del universo.

ADAM MARIÑO-STEINHOUSER, 2012 "EL EXILIO DE LA PITONISA" (Ed. Brand & Cooper)

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