Y sin embargo, un inmenso vacío sin bordes ni comienzos, se apoderó de su alma, dejándolo en un estado de estabilidad térmica-conceptual cercano a la muerte.
Entendía -hasta cierto punto- que las conexiones con las potestades siderales se darían en algún momento si acaso llegaba a ensamblar alguna clase de lineamiento mental que le asegurara un raid lógico hacia la nueva ruta: el camino hacia los campos ornamentales.
Un lugar extraño, en el que una lectura errática podía llevar un hombre a la muerte.
El ocaso se hizo presente como siempre entre las dunas y reveló un disco pesado de luz roja absorbido por los gigantes del mar.
Yeel de Darn era conocido por sus hazañas físicas, sus audacias y por su inmensa capacidad para sobreponerse a los ataques  hechos desde el área negra. Aún así ni siquiera su fortaleza y astucia podían asegurar que sobreviviera una noche más.
En aquel lugar a mitad de camino entre el ensueño y la pesadilla, entre la realidad de la materia de las tres dimensiones y el espacio difuso e inespecífico se hallaban todos a merced de fuerzas que ni siquiera podían comprender. Era inútil la resistencia y ni la lucha. No había parámetros conocidos y la única forma de seguir adelante era entrar en concordancia con la dialéctica implícita que generaba en entorno.
Atravesó el muro en la creencia de que sabría sobreponerse a cualquier enemigo que se hallara detrás de la última frontera de la mente y con ese ánimo, lleno de emociones mezcladas y tardías añoranzas y pesares, se desvaneció en el instante exacto en el que se produjo la colisión de sus partículas vitales y el poder ensombrecido de una estructura sin aristas, sin ejes y sin perímetros. Nada, esa hubiese sido su definición de haber podido verbalizarla. La falta total de todo y sin embargo en absoluta plenitud. Un oasis de elementos girando sin cesar a velocidades inimaginables en todas direcciones, venciendo la inercia, explotando y deshaciéndose en sí mismas como huecos por donde se fagocitaban a sí mismas como una implosión de energía. Generaban algo tan extraño que le daba la sensación de que la misma ausencia y el vacío tenían un poder latente y pulsante.
Algo sin embargo había hecho de manera correcta durante su entrenamiento en los montes de Vaarwa durante los días de su juventud cuando sus guías lo preparaban para una vida distinta. A pesar de todo lo que percibía, una parte de sí mismo se mantenía incólume, compacta y en perpetuo estado de atención y alerta. Así, el primer meta-humano en cruzar la frontera y no ser disuelto de inmediato en los jugos gástricos de la región conocida como los campos ornamentales.
Se mantuvo firme, si no del todo sereno, al menos centrado. No se veía a sí mismo. Era para su propia percepción absolutamente invisible, sin ojos, sin oídos y sin cuerpo perceptible. Así y todo una clase más sutil de energía lo hacía sentirse curiosamente pleno.
Era parte de aquella miríada de partículas que se desplazaban mudas en la luz. Era uno con todo aquello y a la vez se sentía como una unidad. La paradoja de no encontrar límites corporales y fundirse en ese todo multicolores y brilloso y a la vez saber sin lugar a dudas, con una certeza íntima y total de que él se hallaba allí.
Cuando volvió luego de lo que para él fueron largos años, sus tutores lo levantaron del piso, le tiraron agua fría en el rostro y lo despabilaron. Habían pasado solo siete minutos en su mundo habitual. Siete minutos que en su mente se multiplicaron por cien mil. Siete minutos que para el gran guerrero se convirtieron en el germen de una nueva consciencia y un nuevo llamado.
Su próximo paso sería llevar hasta allí otras almas y traerlas -de ser posible- de nuevo a la tierra.

BAEL LOTHGAARD, 1999 "SIETE MINUTOS" (Ed. Packark & Wüllemheim LTD.)

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