La oscuridad de sus ojos ansiosos. El aroma a abundancia. Curvas. Todos los colores le quedaban bien. Chalinas, cintos, aros, cinturón y botas de súper heroína.
Su presencia hacía que los humanos temblaran. Las humanas mantenían una ambigua dualidad, admiración secreta con la natural envidia hacia una criatura de orden mitológico. El tiempo parecía solo dejar una marca lateral, una cierta ternura escondida, atrapada detrás de una impronta mezcla de encanto y rayos destructores.
Había algo del orden de la sincronía lejana en el que la presencia se convertía en aroma atractivo y sin embargo un poderoso escudo la protegía. Tenía miedo, un pavor profundo a algo que no podía describir. En su mundo las delicadezas y amarguras, los golpes del y al alma eran desconocidas. Sorprendía a todos por su afabilidad. Podía destruir a cualquiera en cuestión de instantes, incluso proveer de muerte anímica a un contrincante pero en cambio irradiaba una potencia suave, energía contenida y aliento generoso.
Carecía del don de la invisibilidad. Tenía -como toda diosa- el estigma de la incomprensión marcada en la frente, en los ojos y en sus pechos. El látigo certero de una palabra o la sabia reticencia al enfrentamiento la ponían a resguardo de las luchas constantes que invariablemente se tejían en lugares habitados. Su forma de escapar y parecer terrestre había sido un aprendizaje que le llevó casi toda su vida encarnada en forma humana. La elección había sido suya y no se arrepentía. Si bien la memoria de su pasado como regente planetaria se le iba desvaneciendo de a poco, aún tenía una noción certera de ser una enviada.
Lo que no podía recordar con claridad y a pesar de todos sus intentos era la misión para la cual había venido. Tenía la extraña conexión con un pasado remoto grabado en sus células y una voz que le hablaba de algo trascendente mas le era imposible poner en palabras aquellos impulsos.
Tenía claro que no pertenecería a nadie. Podía jugar a ser conquistada pero en el fondo era tan indomable como el mar. Acaso hubo quienes creyeron domesticarla como se hace con las bestias salvajes, leonas, lobas o halcones. Ella sabía disimular el hecho de que nunca fue de nadie y a todos hizo creer lo contrario. El tiempo invariablemente ponía las cosas en su lugar y las garras de hielo y el aliento de fuego salían a relucir en algún momento. Y allí terminaba todo. De alguna manera quedaba revelado su origen y su tono vital: la innegociable libertad, el ardor por el espacio, la fiereza de mil soles para defender su propia paz.
Desde que comenzó a aceptar su destino de mensajera sideral, comenzó a comportarse de manera extraña incluso para ella misma.
Los mensajes le llegaban por ósmosis con la imagen que reflejaba su espejo. Su particular alimentación la habían hecho un canal perfecto para la canalización que se emitía desde su lejano planeta.
En los últimos tiempos estaba configurando su propia percepción abriéndose a nuevos códigos y formulaciones que anteriormente le hubiese sido imposible. Así se completaba y así se prestaba al juego cósmico de la evolución. Sonriente y plena, abrió una puerta hacia una dimensión vasta y extensa, amplia y multidimensional. El universo tenía una cómplice más, algo así como una sacerdotisa de una religión inexistente, un faro radiante y potente que vibraba con las fuerzas luminosas y también con las tinieblas viviendo el flujo de la inmensidad, el ciclo de las estrellas, el vaivén entre los mundos.
Alada y con la certeza de un futuro venturoso se entregó a su propia experiencia, a la inimitable e ilimitada multiplicación de sus sentidos. Como el fuego ardió en un púrpura pleno y serpenteante.
Sonrió y el espacio se curvó hasta desaparecer.

NORMAN GLITZ, 2013 "DE DIOSAS HEREJES" (Ed. Flammington & Weiler)

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