Cerró sus ojos y entró en su oscuridad. Apretó con fuerza y una vez más los vio. Aquellos ojos. Primero uno, el derecho, con mayor intensidad la imagen se fue coagulando hasta hacerse real y tridimensional y luego el izquierdo. Alrededor pequeños brillos como púas de electricidad formaban un aura de puntos de luz que en el silencio de aquella oscuridad parecía un caleidoscopio de estrellas.
Seguía allí, parado, con los ojos cerrados y los párpados apretados. Esta vez se agregaron las líneas azules parecidas a neón líquido. Eran tenues al igual que los fuegos microscópicos en el gigantesco planetario de su imaginación. Intentó no perder la concentración y enfocó su atención en los ojos. Ojos de lechuza o de búho, las pupilas enormes y negras y el iris de un color amarillo ámbar.
Y esta vez no intentó que la imagen se desvaneciera en las sombras como tantas otras veces. Soportó la mirada de espejo que le devolvían los ojos desde el otro lado del universo pero dentro de su cabeza.
Su espectro de percepciones se volvió más amplio y pudo comprender que la lechuza o el búho era él.
Su otro yo. El yo del infinito vacío. El yo de la espontánea combustión estelar. Un yo tan verdadero como el aquel con el que se identificaba. Un visitante visitado, así se veía en esa situación. Podría haber salido como quien sale de una habitación pero prefirió quedarse. Había vivido huyendo por demasiado tiempo intentando cerrar sus ojos a la visión de su identidad de ave rapaz estelar. Ahora afrontaban con hidalga mansedumbre el hecho de que no era solo un juego de su imaginación ni los tormentos de un sueño infantil. Él era un búho. Y una lechuza. Un ser de dimensiones imposibles de comprender con mirada humana pero que en la profundidad de un remoto lugar de su mente podía interpretar como la extensión de su conciencia en un plano híbrido, mitad materia y mitad canal de conexión impalpable. La configuración cuántica de aquel suceso era del todo incalculable. Tampoco le importaba. Se había atrevido a trascender su pánico vital y traspasar la barrera impuesta por siglos de negación y auto oscurantismo. Y así fue que aceptó su otro costado. Era hombre y era lechuza o búho. Tenía cuatro ojos, dos humanos y dos rapaces. Unos se sobrepusieron sobre los otros y formaron una unidad. Se convirtió en lo que siempre había sido. Un ser de dos mundos atrapado en uno. Ojos de paz y ojos de guerra. Ojos de pasado y ojos de futuro. Ojos de sol y ojos de sombras. La pregunta que le quedaba rebotando en su mente era cuales eran unos y cuales los otros.

JONATHAN RIESE-LOW, 2012 "LOS MAGOS DEL FUTURO" (Ed. Syle - Waninsky. Ltd)

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