El encuentro con lo maravilloso sucedió cuando cayo el cielo una madrugada de abril durante el plenilunio. Las luces caían como gotas de lluvia iluminando todo como millones de luciérnagas cayendo por las cascadas del mundo. La serena paz del instante y la guerra latente entre el mundo crudo de la materia y el horror y lo celeste se combinaba en una sinfonia perfecta. Como latidos de un corazón   y el rugido de leones furiosos se dispersaba sobre la tierra el nuevo mana hecho de luz. La perfección hecha granizo de estrellas y el espacio dominado por la incandescencia y las cosquillas que nos producía el roce suave y fresco sobre nuestra piel caliente nos hizo llorar. Reíamos y un estertor placentero subia por la columna hasta inundar de energia nuestros cráneos. Sabíamos que no duraria para siempre e incluso sospechamos que se trataba de una trampa, un espasmo de iluminación que al fin al nos cegaria dejandonos en las tinieblas. Habíamos llegado luego de un largo camino hecho a fuerza de hazañas y poniendo a prueba nuestro valor y nuestra determinación. El pacto entre nosotros era que no importara lo que suceda nos mantendríamos unidos y así lo hicimos. Partimos veinticuatro y quedamos apenas cinco. El resto murió o quedo flotando en el eter de los espacios de las tierras perdidas en donde los hombres pierden la voluntad y el proposito. Yo estuve allí y apenas sali y no sin dolor. Al pasar por la encrucijada mi alma se torno debil y me arrastro como una hoja hacia el desvio del cual tanto nos habían advertido nuestros maestros, el paso de la lucha al descanso perfecto, el olvido, la eterna armonia del suelo absorbiendo todo, nutriendo sus raíces infinitas con nuestra esencia y con todos los olores y sabores de nuestra carne y nuestros sentidos. Una vision beatifica de la virgen de los arrobados exprimia mi corazón hasta el ultimo jugo. Desafiando las advertencias ingrese en el camino y camine y camine hasta de pronto sentir un frio en el pecho y en los hombros. Un nudo poderoso como una lanza de hierro clavando en mi pecho me arrojo al suelo y vomite mis entranas. Senti mi cerebro derretirse y salir por mi nariz como un liquido espeso. Mis huesos se deshicieron en polvo de tiza y mi carne quedo tirada sobre la fria piedra sangrando. Vi mis ojos explotar y mis oídos desaparecer. Mi boca se seco hasta hacerse pasa y mi lengua se cayo como rebanada por un sable invisible. Mi cabello sin embargo no paraba de crecer y comenzó a cubrirme por completo por encima de los despojos de lo que fue mi cuerpo. Lo mas terrible eran mis unas que continuaron alargandose hasta doblarse cien veces y a gran velocidad. Me fundi con la tierra. Roja de tanta sangre y blanda como recién regada, mi piel comenzó a echar raíces. De cada poro brotaba una rama de carne viva hundiendo en aquel lugar cenagoso. Mi columna fue lo unico que quedo. Treinta y tres vertebras blancas y perfectamente alienadas parecían indicar como una marca el camino al eterno descanso en los brazos de la gran madre de todos los seres vivos que deciden sonar.
Cuando oí la voz de alguien de mi grupo, me incorpore con mi consciencia y vi el desastre a mi alrededor. Había caído en la trampa y ahora debía pagar mi error. Encapsule mis sentimientos dentro de algún lugar inaccesible y me hundí mas y mas en la tierra húmeda. A medida que ingresaba en la materia mas cruda y oscura sentia una paz que no conocía, la verdadera tranquilidad de la fusion con el reino mineral. No había miedo, ni angustia y los recuerdos desaparecían como absorbidos por lodo seco. Nuevamente pude escuchar los gritos desesperados de mis compañeros y mire desde mi no-lugar en el vacío hacia ellos y los vi, brillantes como faroles y vibrantes como notas musicales que hubiesen tomado forma y tono. De pronto senti mi ombligo. Un tironeo que me produjo vertigo y sensación de ser arrastrado a toda velocidad en caída libre hacia un espacio hecho de cúmulos radiantes como neones insuflados con el gas de la vida. Con esa sensación observe que ya no tenia cuerpo alguno y que todo mi ser se había convertido en un mar. Dentro mio nadaban delfines y tiburones, flotaban algas y se deslizaban los cardúmenes de todos los peces del mundo con todos sus colores y formas. Era infinito y liquido, blando e indomesticable, claro y brumoso, potente y calmo a la vez y podia sentir la sal y la piedra, el perfume del oceano en mis inexistentes fosas nasales. Mi estado era de hervor, sin mas trabajo para mi voluntad que dejarme arrastrar por la experiencia el frio y el calor fusionados en la ausencia del dolor. No podia siquiera vislumbrar la posibilidad de querer irme de allí, todo era perfecto y necesario. Los colores brillaban como ningún sol y las texturas y pliegues de todos los elementos se adherían a mi experiencia como un caleidoscopio con todos los elementos de todas las sustancias del universo.
Me eleve por encima de mi yo oceanico y me hice aire puro, oxigeno redondo y volatil. Vole. Flote. Ascendia y bajaba en las olas invisibles de las corrientes de calor jugando a ser todos los pájaros. Y lo logre con tanta facilidad que las gaviotas me hablaron en su lengua y los tucanes me sonreían multicolores mientras pequenas aves me consideraban su hermano y su padre, su hijo y un dios. Tome tanto aire para mi cuerpo invisible que me converti en un globo de gases cósmicos embelesado por la histrionica presencia de las especies vivientes mas exóticas. 
De pronto volvi a oir la voz lejana de mi grupo. Gritaban en un idioma que yo no parecia comprender. En mi estado de gracia no quiera saber nada de los llantos de aquellas masas constreñidas a cuerpos tan pequenos y opacos y sin embargo entre el lejano clamor algo atrapo mi atención. Un llanto. Era apenas un sollozo pero me dano de forma inexplicable. Perdido y lejano, ingravido y sutil, todopoderoso e ilimitado y sin embargo tocado por un lazo hecho por la fuerza de algo superior a mi mismo. 
Sufrí una implosion. Todo aquello que me estaba pareciendo hermoso e interminable desapareció al ritmo de mis células regenerandose en un acto de auto compresión y coherencia. De a poco volvia como atravesado por un rayo y senti la electricidad clavandose en la unica parte que conservaba entera, mi columna. Desde allí me acorde de quien era y porque estaba en ese lugar. Una desviación, un llamado del mundo de la ausencia. 
Cuando recupere mi totalidad ya no estaba solo. No era un mar ni un cielo y sin embargo era mas fuerte que todo aquello. Era una unidad, un punto luminoso ante el portal de la eternidad.
Finalmente continúe mi camino, los cinco que sobrevivimos a la ilusión avanzamos como pudimos y el premio, tan corto como un espasmo fue ver las estrellas cayendo como lagrimas encendidas en la noche de los tiempos.

VIRIGLIO ADDENTI, 1999  EL EXILIO DEL CARNERO (Ed. Portillos) 

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