Los Alinautas llegaron en abril. Se los esperaba desde hacía tiempo y algunos profetas habían predicho que su arribo sería antes del advenimiento de los huracanes solares.
Ingresaron por el portal preparado a tal efecto como una flecha, veloz y certera, descomponiendo el cielo en pedazos.
Eran una raza especial de cuerpos brillosos y color púrpura y rosado con reflejos de oro en sus escamas diminutas. Descendientes de los dragones, se humanizaron hasta tomar la típica forma de la estrella de cinco puntas que caracterizaba a los habitantes de las tres dimensiones: dos piernas, dos brazos y una cabeza. Habían mutado a lo largo de milenios y de sus ancestros voladores apenas quedaba el recuerdo en forma de leyendas.
Habían logrado por una función pancreática desarrollar una enzima que descomponía los elementos y los convertía en hierro. Así, incluso luego de una larguísima evolución en donde se transformaron por completo, podían escupir fuego por la boca.
Sus uñas estaban compuestas de un nácar más duro que el diamante y sus ojos eran de un vidrio intraterreno que solo se fundía a más de diez mil grados.
La piel de sus rostros tenía luminiscencia propia, como si mil perlas reflejaran al sol. Sus cabellos parecían vivir por sí mismos, siempre en movimientos suaves e hipnóticos. Sus lenguas eran largas y húmedas, rosadas.
Vestían con elegancia y se manejaban con natural altivez. Procedían de los profundo del cosmos y se sabían dueños de constelaciones enteras. Un rasgo curioso para el ojo humano era su absoluta falta de contradicciones. No presentaban dudas ni miradas dobles sobre los asuntos que les concernían y poseían una absoluta indiferencia para aquellos que no eran de su interés. La sensación de ser poderosos les era tan habitual que ni siquiera podían sospechar que para otros seres eso fuese una cualidad muy extraña.
Su líder se hacía llamar Kabila y su porte y actitud indicaban claramente su rango. Debía ser parte de alguna aristocracia estelar ya que los otros Alinautas la reverenciaban entre escoltas y cuidados especiales. Su tono de voz era de una dulzura y potencia raramente combinadas. Cuando hablaba vibraban incluso algunos metales y el aire parecía tomar una consistencia diferente. Si había un árbol cerca las hojas comenzaban a caer como azotadas por un viento potente y aún pájaros e insectos detenían su andar y cesaban de emitir sonidos. Kabila vestía un largo vestido y parecía flotar más que caminar, deslizándose con una suavidad inverosímil para los ojos mortales. Algunos pensaban incluso que se trataba de un ángel, de una aparición mística, de una salvadora, una virgen galáctica con un mensaje para ofrecer.
Pero los Alinautas tenían un agenda, una necesidad imperiosa por reproducirse. Plantaron siete millones de huevos en diferentes lugares de la tierra y solo esperaban el momento oportuno para invadir.
Tenían una debilidad que algunos humanos habían logrado detectar, en especial Peter Sufroles, un farmacéutico de Burzaco que había notado que eran adictos en potencia a las especias. Sea canela, vainilla, azafrán, clavo de olor o coriandro, no podían resistirse y comían hasta vomitar y enloquecer.
Así fue que la resistencia pasó a llamarse de manera jocosa "los especiales" con su doble sentido y su realidad implícita de que eran realmente pocos los que sabían que era una raza enemiga. El resto creía que estaban locos y que habían visto demasiadas series de invasiones o leído libros de teorías conspiracionistas.  Kabila misma había difundido una larga lista con presuntos enemigos del acuerdo entre el cielo y la tierra y "los especiales" vivían escondidos.
Un día se proyectó un gran golpe y siete toneladas de pimienta negra fueron vertidas cerca de una nave. Los Alinautas salieron desesperados a consumir toda la pimienta y murieron al cabo de unas horas con varios kilogramos de especias en sus vientres.

CHARLES DINN, 1990 "LOS ALINAUTAS (fragmento Cap. I) (Ed. Sorensen & Mauslauf)

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