Su salida era brutal. Despedía la tarde con un habano entre los labios y sin pestañear daba la orden de ejecutar un rehén. Mordía con fuerza la pasta seca de tabaco mientras inclinaba la cabeza de forma lateral como quien siente pena. Al cabo de unos instantes abría los ojos y levantaba la cabeza con seguridad. Ya sabían sus lacayos que más le valía correr y cumplir el recado so pena de perder ellos mismo una mano, un ojo o la vida. Pero Helena no era ni tonta ni necia, amenazaba más de lo que mataba. No es que le temblara el pulso a la hora de deshacerse de alguien sino que lo evitaba por cuestiones prácticas; era difícil conseguir gente lo suficientemente entenada y experta para hacer el trabajo y lo necesariamente cobardes y timoratos para no mandarse por su cuenta en el negocio de la muerte.
Se hacía llamar por su nombre y le encantaba que la comparen con Helena de Troya a pesar de que carecía de su gracia y su linaje. Eso era sin embargo lo que más le atraía: sentir que era parte de una especie de realeza del bajo mundo. Una princesa de la muerte con poder sobre la vida y el destino de mucha gente. Sabía por experiencia que solo matando se lograba poder y lo hacía con sus enemigos y para sus clientes. Su arma preferida era el "Espartaco", una escopeta larga que lanzaba balas encriptadas con información neurológica que destruía todo el sistema digestivo. Comenzaba con provocar un leve dolor en el bajo vientre que subía hasta la boca del estómago produciendo una acidez fuerte y violenta hasta terminar en espasmos que sacudían a la pobre víctima hasta arrojarlos desesperados a piso entre vómitos y sangre escurriendo por las orejas, la boca y la nariz. Por último y de forma inevitable, la persona pedía que lo maten antes de seguir sufriendo de esa forma atroz.
Una noche cálida de primavera se encontraba sentada a la orilla del pequeño río que serpenteaba delante de su casa, sintió un escozor y algo dentro de ella le dijo que se fuera de allí. Había bebido de más y por única vez prestó atención a la vocecita mágica que la había salvado ya muchas veces.
Fue encontrada muerta a la mañana con trece tiros en el pecho, cinco en la cabeza y uno en cada empeine, signo arcaico de una venganza de otra líder del hampa.
Fue enterrada con los honores que le correspondían y más mil personas la despidieron en silencio.
A los tres días resucitó, como lo había hecho ya varias veces y volvió a comandar a su gente. Su leyenda no paró de crecer y la llaman Santa Helena de los mortuorios.
SERGIO VIGLIANCO, 2001 "PEQUEÑAS HISTORIAS DE SICARIOS CON ALMA" (Ed. Plutonio)
Se hacía llamar por su nombre y le encantaba que la comparen con Helena de Troya a pesar de que carecía de su gracia y su linaje. Eso era sin embargo lo que más le atraía: sentir que era parte de una especie de realeza del bajo mundo. Una princesa de la muerte con poder sobre la vida y el destino de mucha gente. Sabía por experiencia que solo matando se lograba poder y lo hacía con sus enemigos y para sus clientes. Su arma preferida era el "Espartaco", una escopeta larga que lanzaba balas encriptadas con información neurológica que destruía todo el sistema digestivo. Comenzaba con provocar un leve dolor en el bajo vientre que subía hasta la boca del estómago produciendo una acidez fuerte y violenta hasta terminar en espasmos que sacudían a la pobre víctima hasta arrojarlos desesperados a piso entre vómitos y sangre escurriendo por las orejas, la boca y la nariz. Por último y de forma inevitable, la persona pedía que lo maten antes de seguir sufriendo de esa forma atroz.
Una noche cálida de primavera se encontraba sentada a la orilla del pequeño río que serpenteaba delante de su casa, sintió un escozor y algo dentro de ella le dijo que se fuera de allí. Había bebido de más y por única vez prestó atención a la vocecita mágica que la había salvado ya muchas veces.
Fue encontrada muerta a la mañana con trece tiros en el pecho, cinco en la cabeza y uno en cada empeine, signo arcaico de una venganza de otra líder del hampa.
Fue enterrada con los honores que le correspondían y más mil personas la despidieron en silencio.
A los tres días resucitó, como lo había hecho ya varias veces y volvió a comandar a su gente. Su leyenda no paró de crecer y la llaman Santa Helena de los mortuorios.
SERGIO VIGLIANCO, 2001 "PEQUEÑAS HISTORIAS DE SICARIOS CON ALMA" (Ed. Plutonio)