Y los oscuros dioses entronizados desde tiempos inmemoriales sintieron algo parecido al miedo.
Sus tronos temblaron.

Los pequeños, minúsculos e intrascendentes humanos había comenzado a descender del cielo a la vida con un giro inesperado.
Algunos –no muchos en verdad, pero suficientes- habían logrado contactar con la fuente cósmica del talento y la armonía y se dispusieron, casi por agradecimiento y felicidad, a  adornar la vida en la tierra inundando de una nueva energía al denso universo de la materia.

Entonces, carcomidos por la incertidumbre, ellos, los poderosos inmortales, los dioses ancestrales, dueños de todas las mercancías del mundo, amos de las almas enraizadas en la vanidad y la codicia, impulsaron la ambición y crearon nuevos eventos multitudinarios para impulsar a que en lugar de compartir sus talentos, compitieran entre ellos.

Detrás de promesas de gloria, apenas posibles de cumplir y solo para una minoría tan escasa que casi no tenía costo ni el cielo ni en la tierra, buscaron la aniquilación del genio humano.

Así, influenciando en sueños las mentes de los agentes de los deseos ocultos, hicieron concebir y nacer un espectáculos siniestro, adornado con la belleza de la ilusión y el encanto de la esperanza.

Crearon los programas de talentos.

Con el único y oscuro propósito de nublar las aún moldeables mentes y corazones de los jóvenes y de las niñas, desquiciando sus sensibles almas para llevarlos a la aridez del desierto en el que viven las nociones de trascendencia fulminante.

El propósito fue anular la energía de origen divino que emanaban del centro colorido y brillante de sus pechos.
Buscaron anular la semilla de la evolución de los seres, para que en lugar de llenar al mundo con colores y sonidos, sabores y sensaciones tan vivos que podría haber hecho caer el imperio de los dioses y sus aliados bestiales, los pusieron a pelear, rostro contra rostro, hermano contra hermana, vecino con vecino, en cada país, en cada ciudad y a través de todas las señales del mundo y repetido en cada pequeña o gran pantalla.

El circo de la Roma antigua, para la aniquilación y la distorsión de la pureza fue puesto en movimiento con la simpleza y eficiencia de la que solo pueden disponer los siervos de las sombras.

Sin embargo, con cada canción, con cada poesía, con cada color echada sobre la tela, una porción más de luz se inyectaba en la oscuridad del mundo.

Los humanos renacidos no lograron cambiar al mundo del todo pero los sempiternos ancestrales sintieron miedo.

El equilibrio continúa en un estado inestable. En la balanza del mundo no hay nadie que gane o pierda y sin embargo las fichas se están moviendo. La apuesta fue creciendo. Ya no solo gana la banca.

Quizás nunca comenzará una nueva era del todo luminosa pero por cada canción que refresque el alma, los agrietados y mezquinos moradores de las altitudes, sufren en silencio su tenebrosa existencia.

VLADIMIRO FUENZALIDA,  2013 "Revelaciones sobre los señuelos del mundo" (Ed. Planetarium)

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