Era extraño el poder de la sombra de su presencia, un haz luminoso que parecía provenir del centro de su frente como una vibración de plasma azul.

Firme y penetrante, serena y atrevida como pocas, se desplazaba con la independencia y libertad que poseían solo algunos seres privilegiados.
Sabía y sabía que sabía. Y como sabía, ocultaba.
Eso le otorgaba una raro poder, una fuerza que no necesitaba ser canalizada, su sentido de justeza y adecuación en el espacio era un curioso don, posiblemente un poder concebido en medio de alguna soledad y cuajada durante algún dolor.

Olía exquisitamente bien, casi demasiado para ser una mortal.
Me hizo pensar que quizás no lo era, en todo caso, tal vez encarnaba alguna potencia extraterrestre o una diosa de las mitologías perdidas.
Aroma a inmensidad, vibración potente estallando y rompiendo como olas una y otra vez como micro esferas luminosas en el mar de la belleza.
Aquella emanación era de un picante dulzor y de tan hipnótico accionaba sobre la sangre, directamente al centro de la percepción.
Formidable.
De alguna manera sus saberes y pulsiones se fundían en una suerte de unidad que la hacían tener una presencia que imponía un respeto y una intriga.

Generó en mí el deseo de saber que más se ocultaba allí detrás de aquella voz cautivante y sensual que como un susurro calcaba la aspereza de la corteza de un roble y la fundía con miel ámbar.

Miraba fijo sin ser insolente y pisaba fuerte sin ser ruidosa. Si fuera un espectro sería de vibraciones profundas, a coro, intensa y subyugante.
Y si la perfección es como una acción investida de esencia, si se trata de un segmento de la eternidad, un espacio ocupado en el universo, entonces ella era perfecta.
Sin duda poseía sus secretos y parecía de las que estaban más dispuestas a ver el mundo destruido antes que develar alguno.
Su mejilla era cálida y eléctrica y hasta se colaba entre sus modos seguros, una pequeña porción de miedo. No quería ser lastimada nuevamente.
Decidí oír, mirar, observar, estar atento, ir con cuidado, yo también tenía miedo.
Me fijé en sus formas, en su boca, en el leve temblor de sus labios, un rojo intenso quería asomarse en su rostro y sin embargo permanecía inalterable como una diosa tallada en alguna madera secreta de los árboles eternos del centro de un mundo desconocido.

Mi corazón latía enloquecido. Había sido tocado, un tajo de lado a lado, un golpe certero a la lejanía, una aguja de cristal de obsidiana.
Agitado y sorprendido me di cuenta que alrededor mío el oxígeno se había hecho más denso, el tiempo se comprimió y los colores comenzaron a destellar como estrellas cromáticas parpadeando como eufóricas luces estroboscópicas, una letanía repetitiva en la formación de la estructura central de mi imaginario, piedras preciosas danzando en el vacío.
Tuve que calmarme, la experiencia me era rara y mi cuerpo apenas podía entender sus propios procesos.

Al rato –no sabría precisar si fueron unos minutos o varias horas- salió de allí.
Dejó una estela de un color indescriptible, algo así como magenta tibio o eléctrico y líquido azul del atardecer.

Todo frío desapareció. Todo dolor se esfumó. Cada partícula de mi ser quedó suspendida en el éter amplificado que dejó su presencia.

Desde su garganta el sonido de sus palabras se escapaban como el ronroneo de un gato misterioso y como un disparo violentísimo y sutil atravesó los escasos dos metros que nos separaban como una densa bala de plata y zafiros que se ablandaran en su trayecto y se convirtieran en néctar para bañar mi ser con su esencia.

Miré alrededor como agradecido al tiempo y al espacio por ubicarme exactamente en ese punto nodal, en ese preciso y precioso instante, alrededor de aquel fuego invisible que se había apoderado de mis huesos y se filtraba como una porción de luz convertida en materia, el segmento más material de un soplo cálido de estrellas rebotando en el círculo de la existencia.

Respiré profundo y salí.
Al rato todo parecía haber tomado otra textura, más real, nítida y perfilada hacia una intensidad asombrosa, todo a mi alrededor se amplificó y rebotaba como un eco gigante con la potencia y la pulsión de un coro de mil voces.

Ella se me pegó en el alma.
Fue como haber respirado un ave y ahora aletea dentro mío.

No adivino el futuro, nunca lo hice, solo puedo observar y medir el tiempo, con la leve esperanza de que vuelva y me bese.


FEDERICO ADLER, 2014 “DENSA BALA AL CORAZÓN” (Ed. Sónica)

Entradas populares de este blog