Y en una noche que parecía haberse detenido en un limbo cósmico, deserté de mi condición de asceta virtual, me enchufé al emisor metálico que relampagueaba con destellos desde la pantalla y en alguna parte del otro lado del universo, una voz sin sonido resonó como un eco interminable dentro mío.
Todo comenzó con un punto. Negro y pequeño, titilaba en la pantalla buscando quizás otro punto ínfimo. Suave y con el cuidado de quien desactiva una bomba, letra a letra y espera contra espera se abrió de a poco la escotilla que contiene a los mundos. Y de pronto, como una cascada contenida en un dique gigante que de pronto es invitada a fluir por la compuertas, el aire y la sangre en forma de palabras manaron invadiéndolo todo, humedeciendo los huesos de la mente, tornando todo más entero, más cabal, lleno de fotones de luz ámbar.
Y no hubo retorno, el magma iba y volvía desgranando el alma de ambos. Rarísimo. No tuve sueño a pesar de las altas hora y de mi poca afición a las madrugadas extendidas.
A veces observo mi quinotero, como trabaja en el silencio de la noche y en el ruido del día para producir verdes hojas y redondos frutos y se me hace que sabe algo, que incluso quiere compartirlo conmigo y que para ello emana un cálido aroma cítrico, para que se me impregne en la piel; así, de la misma manera, su voz silenciosa se apoderó de mi torrente sanguíneo y de mis ideas.
Incluso pude sentir el pulso secreto de su perfume, algo así como un sonido animal y dorado, esencia de mismidad.
Feliz, desconecté mis sensores del aparato transmisor y me dormí. Feliz.
AGNES RIVELLAIRE, 2014 "SECRETOS DE LA TEMPESTAD" (Ed. Maruin & Coibal)
Todo comenzó con un punto. Negro y pequeño, titilaba en la pantalla buscando quizás otro punto ínfimo. Suave y con el cuidado de quien desactiva una bomba, letra a letra y espera contra espera se abrió de a poco la escotilla que contiene a los mundos. Y de pronto, como una cascada contenida en un dique gigante que de pronto es invitada a fluir por la compuertas, el aire y la sangre en forma de palabras manaron invadiéndolo todo, humedeciendo los huesos de la mente, tornando todo más entero, más cabal, lleno de fotones de luz ámbar.
Y no hubo retorno, el magma iba y volvía desgranando el alma de ambos. Rarísimo. No tuve sueño a pesar de las altas hora y de mi poca afición a las madrugadas extendidas.
A veces observo mi quinotero, como trabaja en el silencio de la noche y en el ruido del día para producir verdes hojas y redondos frutos y se me hace que sabe algo, que incluso quiere compartirlo conmigo y que para ello emana un cálido aroma cítrico, para que se me impregne en la piel; así, de la misma manera, su voz silenciosa se apoderó de mi torrente sanguíneo y de mis ideas.
Incluso pude sentir el pulso secreto de su perfume, algo así como un sonido animal y dorado, esencia de mismidad.
Feliz, desconecté mis sensores del aparato transmisor y me dormí. Feliz.
AGNES RIVELLAIRE, 2014 "SECRETOS DE LA TEMPESTAD" (Ed. Maruin & Coibal)