El ciclo de la serpiente ha comenzado. Mudamos de piel y de dientes Nos comemos los riñones y la carne de la tibia y el brazo. Las uñas son alimento y la saliva nuestra bebida favorita. Masticamos los tejidos con la fuerza del deseo y nos arrancamos la cabellera hasta sangrar.
En este tiempo nos convertimos en los mutantes que la deidad nos anunció a través de los profetas. Para ser parte de las huestes del cielo hay que morir en la tierra. Creíamos que morir era un escape, una salida, algo así como la liberación final  de las penas. Pero el Señor no nos licuaba los sufrimientos, al contrario, redoblaba la apuesta sepultando nuestras ilusiones en cubículos de horror. Un fermento apocalíptico marcado con el signo del origen. La divinidad arremetía desde su trono infinito con el caudal del río de los tiempos. Había trampa en el planteo, lo sabíamos pero, desde luego que no era posible discutir con el Creador. No se trataba de que fuese inaccesible, todo lo contrario, si hay alguien afable es Dios. Lo que sucede es que, como es de imaginar –y Él se ha encargado de hacer prensa- es infalible. Por ello es que argumentar carece de propósito. Solo cabía obedecer. En eso sí su Alteza Sideral era implacable. Toleraba en su carácter magnánimo al odio, a la venganza y toda clase de perversiones que incluso abajo, en el fondo del inframundo resultarían aberrantes, pero no permitía el más mínimo atisbo de rebeldía. Todos habíamos sido criados con las enseñanzas sobre aquel al que en el cielo no se nombra y que sin embargo ha sido bautizado en las entrañas de los comienzos: Lucifer. La verdad era relativa para él y absoluta para su jefe por lo cual, el ángel mayor pasó a cuestionar su autoridad. El portador de la luz (tal el significado de su nombre) había bebido en exceso de la radiación inmanente en su proximidad y, como todo contacto intenso con la exquisitez, lo arrobó hacia un lado lúgubre. Quedó envuelto en pensamientos tenebrosos, conoció el miedo y la desesperanza y ello lo enfureció. Dejó entonces de mirar a su creador con el amor reverencial que caracteriza a todos aquí y se encontró masticando su confusión con el aroma de la pérdida.
Como sea, nosotros estamos bajo el mando directo de los fieles Arcángeles que continúan leales luchando contra las sombras. Esa es la pelea en el fondo de la que se trata todo: la oscuridad reinante, el vacío. Nuestra preparación no hacía especialmente sensibles al tono de la energía dominante, y ésta se expresaba por épocas. Cien millones de años de un color, eones vibrando en do o sol mayor, otros tantos en el eléctrico pulsar de un sentido parecido al gusto pero de orden cósmico e ilimitado.
Nos fuimos puliendo. Ahora somos más propensos a la mutación que hace dos universos atrás.
El mejor chiste –muy repetido por aquí- es el del Big Bang. ¡Imagínense!, un mundo nacido de la nada, una explosión acontecida en la ausencia. Lo que podemos atestiguar es que ha habido y habrá infinita cantidad de universos que se desarrollan y mueren en una sucesión interminable y continua, simultánea y multidimensional.
El desarrollo de esta cadena sin fin ni comienzo se ha dado porque Él así lo permitió. Porque digámoslo de una vez, si se le antojara por un segundo que las reglas fuesen otras, ya la habría cambiado.

La mayor dificultad que se nos presentaba era comprender el plan. Parecía chapotear en el caos y vindicar lo impreciso, pero aún en ese contexto tan poco sostenible desde el discurso había y hay una infinita sabiduría que al final logra que todas las piezas hagan sentido de alguna forma que solo podría llamar como misteriosa.

El examen final para ser honrados con el título de Ángel Vengador consistía en una suma de vivencias truculentas que nos ponían a dudar de nuestras capacidades. Finalmente devorarse a sí mismo se constituía en la prueba final de entrega.
Los que estamos y llegamos hasta aquí es porque llegamos a superarla.
Dios vino y nos entregó los diplomas en persona (es una metáfora, espero que se entienda) y nos estrechó las manos y sonrió compasivo. Luego nos dio nuestras órdenes, secretas e intransmisibles y se retiró. Nosotros nos quedamos tomando champagne celestial y comiendo unos bocadillos de polvo de estrellas y miel blanca. Cuando nos estábamos por retirar recibimos la orden presentarnos a nuestro nuevo conductor lo cual se haría en la oficina de consensos situada en las afueras de los salones divinos.
Para nuestra sorpresa el encargado de nuestras tareas no era otro que el mismísimo Lucifer que con una gran sonrisa y escupiendo fuego nos invitó a unirnos a su Legión infernal. Las compuertas se cerraron y nunca más vimos la luz.


HORACIO MANUTENS, 2002 “Los Poemas de Ladderdoom” (Ed. Sigmund Event)

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