Engendrar como serpientes deseosas de progenie en este mundo olvidado era la orden directa que dio el Altísimo a sus súbditos. Ellos corrieron por la tierra buscando la humedad de los sentidos para enjuagar sus energías vitales en la formulación matricial de la vida. Eran espectros enanos, pequeñísimos seres de la mitad de la altura de un gnomo. Sus potentes orejas  se irguieron en busca de la correspondencia acústica a sus silbidos. Luego de horas de buscarse mutuamente, hembras y machos se aparearon bajo las sombras de los hongos protectores, en la articulación misteriosa de las esporas alucinógenas con la suave lluvia que caía como un manto. Pequeñas gotas les cosquilleaban los pies y sus sentidos exaltados juagaban con el placer en suaves espasmos y delicados gemidos.
En la erótica forma de los seres elementales, se dibujaban las formas del tiempo y del espacio infinito como un baile aromático y sensual.
Ínfimos seres con bocas jugosas y manos como raíces frescas trazaban líneas imaginarias en el aire para formar palabras que solo debían ser sugeridas y nunca jamás pronunciadas.

Había en aquel lugar unas criaturas que oficiaban de vigilantes de la existencia que parecían libélulas azules y todo lo observaban para luego informar a su suprema majestad, la reina del bosque invisible.

El lugar no existía en ninguna cartografía, nunca ha sido siquiera mencionado ni lo será jamás. Para llegar hay que morir primero. Es un reino de energías volátiles aunque materiales y firmes solo para resucitados.
Los escasos seres interplanetarios que habitaban allí habían venido luego de cruzar los túneles amarillos que separan la vida de la muerte.
Habitaban seres polimorfos de Caledonia, de Apscia, de Volamería y de Ronandijo, criaturas verdes de las Galaxias Portelanias y organismos gaseosos de los confines del universo y regiones que apenas llegaban a producir materia. Y con cada ser que llegaba se abría una nueva dimensión de experiencias compartidas.

¿Cómo se comunica una criatura de barro y cera con otra hecha de puro helio y nitrógeno?. ¿Cuál es la lengua común de insectos con cerebros desarrollados y plantas acuíferas con el fino olfato de la tierra toda?.  ¿En qué podrían parecerse una rémora cósmica con un bastión de magnesio, hierro y mercurio?.
Esas eran las cuestiones a las que dedicaban su tiempo los Hombres Púrpura. Eran, por decirlo así, jardineros del Creador y también alquimistas, cocineros, albañiles y escultores. Sabían combinar las especies y producir nueva vida sobre existencias primigenias. Podían erradicar las enfermedades interplanetarias con secretas fórmulas de aislamiento celular para las que usaban sus mentes brillantes y luminosas.

Si alguien más sabe de este mundo, les pedimos por favor que no lo comenten más de lo que hemos hecho.  Esto es solo un atisbo, una mota de polvo de algo tan vasto que no hay lugar en el cosmos para guardar la interminable hilera de palabras que constituyen la cadena de frases que definen al reino de los reinos.

Seamos silenciosos. Respetemos su privadísimo mundo. Olvidémoslo.


GREGRORIO REYNARD, 2013 “Cataclismos del alma” (Ed. EMDA)

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