La vitrificación era parte del proceso de
endurecimiento de las hojas de los cuchillos para la forja de las espadas de
los guerreros de topacio. Las armas tenían un trabajo largo y cuidadoso. Los
materiales eran de gran pureza. El hierro se obtenía del derretimiento de
piedras que llegaban del espacio. El agua para el proceso de sellado provenía
de un manantial subterráneo. El fuego se mantenía encendido todo el año con
carbón de las minas. Cada herramienta se usaba de una manera especial según ritual
establecido. En los libros de cuero grabados desde tiempos remotos figuraba
todo lo que debía hacerse, como y cuando. Cada nuevo maestro herrero, armero y
orfebre debía aprender los procesos y repetirlos con la precisión necesaria
para consumar su arte.
La parte más delicada era justamente el final
cuando el metal se transformaba en vidrio azul. La tentación de mantener las
formas y bondades del acero con su brillo y su filo hacían que luego de que una
pieza estuviera lista se le debían dedicar unos rezos y entregarlos al Maestro
del Vidrio que lo llevaba a su recámara secreta y allí producía la alquimia de
una forma que jamás había salido de las paredes de su laboratorio. Sin embargo
ocurrió una vez que los celos de un armero pudieron más que la tradición y éste
siguió sin ser visto a quien estaba por realizar la transformación. Se
infiltró, robó las llaves, ingresó al recinto y se escondió para observar y de
ser posible sustraer el secreto. Para su sorpresa lo que vio no fue un proceso
químico ni físico sino la quintaesencia de lo sobrenatural. El Maestro del
vidrio realizó unos pases sobre el arma y en ese instante sus manos comenzaron
a irradiar fuego celeste que impregnaba con fuerza sobre el objeto. Su rostro
comenzó a mutar y de pronto la blanquísima tez se transformó en una piel
renegrida como la turmalina y los ojos unificaron el iris con el resto
transformándose en una unidad amarilla y brillante como un sol. El techo se
abrió en un inexplicable hueco al espacio y las estrellas parecían girar en círculos
con una velocidad increíble y un rayo intenso bajó hasta tomar el cuerpo del
ente que parecía estar en otra dimensión de la consciencia. El evento duró
apenas unos minutos pero su intensidad había bañado el ambiente de una energía
sutil.
Luego de esto el silencio, el vacío.
La espada era ahora casi transparente como un
cristal de resplandor azulino. Como un acto de magia lo que comenzó del color
de la plata y la densidad de la tierra se transformó en un raro y precioso
instrumento atravesado por luz. El hombre tomó la espada con sumo cuidado y la
hundió en un líquido oleoso y aromático. Un humo del color del atardecer bañó
el lugar y sobre la ventana de aquella torre un ave negra observaba con
atención mientras se realizaban los últimos pasos del proceso. Tomó un
terciopelo negro y la cubrió por completo y luego la depositó en un armario de
madera con siete reptiles grabados gran detalle. El intruso luchaba entre la
tentación de tomar el arma y correr o esperar el momento oportuno para escapar
sin ser visto. No tuvo mucho tiempo para pensar cuando el ave negra, que
parecía un gavilán de carbón voló hasta él y lo atacó con sus garras directo a
los ojos. Gritó como un condenado. Lloró y se lamentó mientras la sangre manaba
por su rostro y él caía al suelo apenas sobreviviendo.
Unas semanas más tarde se encontró en una cama,
tendido con una venda en el rostro. El Maestro del Vidrio le quitó el apósito y
debajo confirmó los dos huecos vacíos que como cáscaras mostraban la piel
pegada al hueso. Logró balbucear unas palabras entre las que “perdón” destacó
con claridad. La mano del curioso fue sostenida por el invocador y la llevó con
cuidado hacia su propio rostro. Al rozar la nariz y la frente notó algo extraño
en el medio, el Maestro del Vidrio tampoco tenía ojos. Nunca se había percatado
debido a la capucha negra que era parte de su túnica. Comprendió entonces el
destino de los elegidos que no eran designados por su capacidad sino por su
audacia. Supo también que el terrible precio a pagar era su propia ceguera,
acto final luego de ver la maravilla de la luz ingresando del cielo a la
tierra. Entendió que él también quedaría allí atrapado entre la maravilla del
misterio y la oscuridad. Al instante y antes de que pudiera recobrar las
fuerzas escuchó el ruido de un cuerpo caído y el fin de la respiración del
Maestro del Vidrio.
De inmediato el gavilán de carbón se posó sobre su
mano y con el pico le alcanzó el cetro del fallecido que comenzó a
desintegrarse en cenizas que salieron flotando por la ventana. El ave salió
volando detrás.
El tiempo pasó y el nuevo Maestro del Vidrio forjó
muchas espadas. Cansado ya por la edad y la falta de luz en su vida dejó a
propósito entreabierta la puerta de la recámara. Oyó unos pasos que intentaban
pasar inadvertidos. Supo que la hora de su reemplazo había llegado.