Comenzar una frase siendo tartamudo era casi peor que ahogarse en aceite. Eso pensó Arístides Giavonaselli, el prefecto de la ciudad de Armento en tiempos de guerra. Sin embargo se animó y pronunció su discurso. Debía motivar a sus hombres a que lucharan con fervor y valentía. Los noventa de Armento era un grupo selecto de soldados, la elite del pavor. Nadie se había resistido a sus métodos en cientos de años. El problema era el siguiente: por primera vez el prefecto era un humano. Los noventa eran kandorianos, altos, espigados y con la sangre color lima. Sus ojos eran como los de todos los alienígenas: muy oscuros. Negros sin iris ni pupilas, solo la negrura del cosmos, una imagen del vacío eterno. Estaban ataviados con sus uniformes de guerra color plata y sus cascos bordó con pinches filosos. Eran guerreros duros, experiementados y dispuestos a morir. Solo necesitaban que el prefecto dijiera las palabras que los harían arrancar. Tres palabras solamente y el mundo temblaría, así er...
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Mostrando entradas de enero, 2010
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Sentada sobre una roca contemplaba el océano la humana Pebis. Se solazaba con la idea profundamente arraigada en ella, de que las gaviotas revoloteaban tan solo para contemplar su belleza. Así, día tras día, caminaba hasta el risco y sobre su roca preferida agradecía al cielo por ser tan afortunada. Un día uno de los tantos dioses que habitaban el cielo inmortal, se cansó de la vanidosa niña. Se aburrió de su zoncera y decidió castigarla con una dura lección. Es bien sabido que los dioses tienen un sentido del humor un tanto incomprensible para nosotros y nunca sabremos en que consistía dicha lección. El caso es que Atur, dios de los espejos, hizo caer un rayo invisible sobre la joven Pebis. Ella se sintió como iluminada, rebozante de vida y amor por sí misma. La maldición estaba echada. LOS ESCINDIDOS
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"Arrear vacas no es una actividad que implique necesariamente un desgate emocional" Con estas palabras, el ingeniero Soltendi de la Universidad de Prada, refutó las dichos del eurodiputado Cavallino Ángora que pidió que se indemnice a los granjeros de la localidad de Sannatole por "daño lesivo y maltrato psíquico". El entredicho puso de manifiesto las diferencias entre los políticos y los expertos en relación a cuales actividades serían noscivas para el ser humano. No se descarta la intervención de la Corte Suprema. ZUNNITA GIALLASPUCCIO, 2009 (ARCHIVO DEL DIARIO "IL SONTATORE")
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No necesariamente un impostor es una mala persona. A veces es simplemente un niño en el cuerpo de un hombre. Pero siempre, siempre un hombre es un peligro, aún para sí mismo. En eso pensaba Néstor el día en que recibió seis disparos en la cabeza. Su capacidad e asimilar daño físico era tremenda. Su estructura vital compuesta de un híbrido de metalonina ardiente con microgránulos de cromofreón se autoreparaba en cuestión de instantes. No era inmortal ni mucho menos. Una comida podrida podría matarlo como a cualquiera. Solo sus músculos y sus huesos poseían esa capacidad. Por suerte sus enemigos no lo sabían. Un bacalao en mal estado lo hubiese llevado a otra vida. Seis balas no. STEFFANÍA ANDERSON, 1999 (LAS CUBAS DE LA ETERNIDAD, Ed. Palenque-Sorensen)
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Con paciencia, Linneker sacó los gnoccis del agua salada, uno a uno como le había enseñado su ex esposa, Beatricce. Su ahora ex suegro, Fantino Carrinaghi había sido un líder de la Camorra, la organización del crimen del sur que competía con la mafia por cada café, por cada negocio y por cada obispo. Linneker era un extranjero y así se sentía aún luego de vivir casi quince años de Bonecci, cerca de un mar tan azul como el cielo mismo. Tenía todo a su favor, incluso la simpatía de los soldados del Don y sin embargo mantenía un perfil bajo. El matrimonio se había tenido que separar para evitar un ataque frontal de la competencia, los Arrighi, que destruían todo a su paso. El problema era no solo el control de los ingresos sino algo más complicado: los Arrighi no eran humanos. Eran una especie alienígena de sangre color lima que vivián en cuerpos prestados. CARLO PONTEVECCHIO, 1978 (IL DUOMO, Ed. Pennetone)
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Incluso en los momentos más tristes, Laura permanecía estoica frente al espejo, lidiando con su depresión, buscando algún sentido a su vida. Cuando luego de dos siglos de espera, por fin se acercó aquel ave roja, ella sintió la tentación de moverse. Un ejercicio de inmovilidad de más de doscientos años era suficiente. Salió de su posición de flor de loto, reclinó la cabeza sobre sus hombros y estiró los dedos de sus pies. Pestañeó. Una lágrima vino a recordarle que era aún humana. Pensó en comer algo, salmón o bacalao con queso crema. Se levantó con cuidado aunque sin demasiada dificultad. No le costó mantener el equilibrio. Miró de soslayo el espejo, su imagen quedó grabada como un holograma en el cristal. Parecía un cuadro, el retrato de un silencio de tres vidas de duración. Sonrió. Pensó que le pondría nombre de pintura famosa, lo llamó: Un instante con Laura. NAIR VOLLMAN, 2001 (LA BALADA DEL AVE ROJA, Ed. Pathos)
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Dar caminatas alrededor de una fuente de apenas dos metros de ancho podría parecer absurdo, salvo que supieses que se trataba de la Fuente de la Vida. Una gota que salpica tu rostro te convierte en inmortal, dos gotas te vuelven humano, otra más y la eternidad te saluda. Por algún motivo Nicolás Garzón había llegado hasta allí y se había percatado de que aquellas personas que se turnaban para girar entorno de esa gran vasija de alabastro veteado no eran zombies. Eran simples humanos con deseos de tomar un maldito atajo hacia un más allá con garantías de satisfacción. El tiempo le enseñó también que esa fuente tenía algo hipnótico, irresistible, creaba un efecto psicodélico que hacía subir las pulsaciones hasta límites inimaginables que habrían matado a una persona común. Nadie podría resistir cuatroscientos o quinientos latidos por minutos. ANAHÍ KANTOR, 1968 (VIAJES INOLVIDABLES, Ed. Muchenson & Trosk)
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Mirar el horizonte desde una terraza en un suburbio de una inmensa ciudad. ¡Ah que privilegio!. El templo para el zorzal es idéntico que para las ramas de cualquier árbol y todos los aromas perfuman mi escencia como un fuego vivificante. Las cienmil mariposas doradas que arremeten contra el mar, estallan hasta convertirse en sal y aceite. Si antes de nacer ya vi todo, si al costado del camino, sobre una piedra todo estaba escrito, entonces ¿para qué molestarse en el redoble de los platillos, la llamada de los insectos y el crujir seco del piso de la ilusión? Antes y nunca antes de partir hacia ningún lado, llevaré por siempre como escudo y puñal, la marca de un deseo eterno por ser. RAMIN ALETONAYA, 1788 (CANTOS DEL DEVENIR, Ed. Sotovoce)
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Quien sabe por cuanto tiempo el hombre y la mujer seguirán vagando como burbujas errantes en este gigante edificio que llamamos Cosmos. Es bien posible que lleguen a desintegrarse aún antes de incluso enterarse que flotan en el éter sin rumbo fijo, a la deriva de algo parecido a un mar sin orillas. ISMAEL JACINTOSH, 2002 (LA CIRCUNVALACIÓN, Ed. Plutarco)