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Mostrando entradas de junio, 2013
El impulso sofocado se revertió hacia adentro haciendo colapsar la carne entre explosiones silenciosas. La burbujeante sangre brotaba por los poros de la piel como transpiración oxidada y espesa. Y todo por la intención de un grito ahogado, un llanto quebrado por la mirada severa de un afuera tan amplio como inexistente aunque real para ella, ojos ajenos infiltrados en su mente. No había sido la primera vez. También lo había soñado, no una sino cientos de veces con diferentes variaciones. En uno era la reina de un país del desierto y soportaba la desconfianza y los ojos deseosos y lujuriosos de sus consejeros; en otro era una flor y los dientes fieros de algún animal se acercaban peligrosamente dejando caer un hilo de saliva sobre sus pétalos negros. En una ocasión despertó a mitad de un sueño enroscada entre las sábanas de satén como un caracol, llorando y furiosa mientras los últimos gritos de tres ángeles coronados de luz púrpura y débil la miraban con ojos fr...
Habían sucumbido a la soledad. No al silencio ni la lejanía, no al humo espeso y azufrado del entrecielo . La soledad de los huérfanos. El Señor había olvidado sus promesas o bien los había engañando. No podían saberlo. Su inocencia los convertía en lisiados en el mundo del pensamiento. Solo tenían su armadura de plumas y la luminiscencia de los espectros. Sintonizaban naturalmente con el sol y la luz. Habían sido alegres y bondadosos, ágiles y livianos, lejanos y tan presentes. Amarrados en un no lugar, ubicados como señales perdidas para viajeros inexistentes, su propósito parecía la inmensa ausencia de sentido y una espera fútil en el marco de la ausencia de tiempo. Lucían aún bellos pero cansados. Los ángeles olvidados por el Señor, sus hijas e hijos dilectos aguardando una señal que no llegaba. Al comienzo invocaron la paciencia, la contemplación serena, la mirada imperturbable hacia un lejano horizonte sin líneas ni marcas. El universo seguía su curso y...
Era un monasterio extraño. No había monjes, solo macacos. Sin embargo no estaba abandonado. Las extrañas y movedizas criaturas vagaban por aquel espacio del cual parecían haberse adueñado. Las columnas estaban rotas, las gemas y brillantes caídos y las estatuas de los dioses sagrados cubiertas con telarañas y sucias. Cuando ingresamos los macacos salieron corriendo para esconderse y espiarnos a salvo. Nos habían advertido de llevar antorchas encendidas y así lo hicimos. Al parecer estas pequeñas bestias no temían al hombre sino al contrario, lo deseaban. Eran antropófagos. Asesinos de humanos. Sabíamos que los monjes habían perecidos pero no imaginábamos de que modo. Sobre una pared con un gran mural del dios de las reencarnaciones, las manchas rojas de sangre habían alterado de tal manera la fisonomía que parecía una pira de sacrificios horizontal. Los monos tenían una mirada siniestra. No parecían animales. Eran alguna otra cosa. Desconocíamos casi todo pero bastaba observar el br...
¿Podría alguien decirme que ha sido de mi vida mientras estuve ausente? LAXOS, 1886 "PARAFRASES" (Ed. Tillenstein)
Cerró sus ojos y entró en su oscuridad. Apretó con fuerza y una vez más los vio. Aquellos ojos. Primero uno, el derecho, con mayor intensidad la imagen se fue coagulando hasta hacerse real y tridimensional y luego el izquierdo. Alrededor pequeños brillos como púas de electricidad formaban un aura de puntos de luz que en el silencio de aquella oscuridad parecía un caleidoscopio de estrellas. Seguía allí, parado, con los ojos cerrados y los párpados apretados. Esta vez se agregaron las líneas azules parecidas a neón líquido. Eran tenues al igual que los fuegos microscópicos en el gigantesco planetario de su imaginación. Intentó no perder la concentración y enfocó su atención en los ojos. Ojos de lechuza o de búho, las pupilas enormes y negras y el iris de un color amarillo ámbar. Y esta vez no intentó que la imagen se desvaneciera en las sombras como tantas otras veces. Soportó la mirada de espejo que le devolvían los ojos desde el otro lado del universo pero dentro de su cabeza. Su ...
Mientras las ciudades se desmoronaban en todo el mundo conocido, el viajero se encontró solo y casi desnudo frente a un muro de piedra lavada por el océano. Sobre una escollera el mar golpeaba con la irregular constancia de la fuerza del agua movida por lunas y vientos, salpicando espuma blanca y llenando de iodo y sal el aire y los pulmones. Sobre la roca habían pintado con la salvaje y cruda mano de los desterrados una leyenda escrita a brochazos con un color tan rojo que era difícil no sospechar que se trataba de sangre.  Decía: "El circuito está dañado y solo la muerte nos salvará. Somos la cura."  Sintió escalofríos.  Había pasado seis guerras y sobrevivido. Padeció el hambre, el frío intenso y cortante seguido de un calor lacerante, seco y devastador; conoció la crueldad de los hombres y la frialdad de algunas mujeres que lo lastimaron en su cuerpo y torturaron su alma hasta dejarlo casi inválido para sentir y apenas apto para p...
Retumbaba en todo su cráneo de ónix el sonido de aquellos pasos. Sabían por experiencia que aún los habitantes de la Tierra tenían algunos poderes psíquicos. Cuando los seres de la región del helio y el polvo de estrellas llegaron, tenían en mente conquistarlo todo, reducir a los locales y comenzar a excavar en busca de los preciosos tesoros de las montañas. El oro tenía valor en todo el vasto universo y casi todos los planetas se cotizaba como una mercancía de alto valor. Las sondas enviadas siglos atrás habían detectado dos fenómenos extraños. El primero era oro. Una cantidad considerable del amarillo metal. El segundo era que los humanos lo codiciaban tanto como ellos mismos y mataban de buena gana por su posesión. Eso acarreaba algunos inconvenientes bastante obvios y el principal era que los terrícolas no se desprenderían tan fácilmente del mismo. Estudiaron con mucho tiempo nuestro comportamiento y llegaron a la conclusión casi psiquiátrica de que la dependencia era total y...
Se percibía en todo el espacio una brisa fresca venida aparentemente de ningún lugar. Luego, como si la precediera un ejército de habitantes del éter, el aire se llenaba con su particular impronta, una presencia enigmática y envolvente. Parecía como si el mundo invisible se tornara por un instante palpable. La energía que emanaba entraba en concordancia con todos para luego modificarlos para siempre. Se podía decir que luego de su paso por aquel o cualquier lugar, ya nada era igual, como si se tratara de una puerta dimensional hacia otros mundos con otras reglas, otras lunas y otros soles. Ella no caminaba como todas las mortales ni se deslizaba como algún ángel anodino sino que pisaba el suelo con autoridad, con la gracia y fuerza de las semi-diosas. Había sido enviada a esta dimensión sin su consentimiento y una furia eléctrica invadía su cuerpo.  Portaba la estampa y el aplomo de su raza y paseaba su cuerpo ante la mirada atónita de los...