EL MUNDO ES UNA BALANZA ROTA LARS KADDERER-SEEWÖRDS, 2010, "PENSAMIENTOS INCANDESCENTES" Ed. Lirio
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Mostrando entradas de diciembre, 2011
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"Sin duda, la forma más eficiente para presentar la teoría de Fermés ha sido la llamada "variable Kaitler" que incluye una disminución progresiva y escalada de las funciones primarias a fin de incrementar el estadío de la función sincrética en la construcción del espacio como campo representado." Eso fue lo que dijo José Arraga el día en que fue arrestado a la salida de un supermercado por robar un puñado de canicas. Lo más extraño es que sostuvo cada una de las palabras frente a diversos oficiales de policía y ante el mismo fiscal. Le preguntaron donde vivía, de que trabajaba y para qué se había arriesgado a cometer un delito de tan poca monta y sin experiencia aparente. Contestó lo siguiente: "El flujo natural de los procesos implicados en un sistema dado, suele revertirse hasta un punto de no retorno en el que las implicancias de orden dual se aceleran de tal forma que la presión ejercida por sus componentes, sean estos visibles o invisibles se prolonga ...
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Y el hombre se detuvo. Y vio pasar la tempestad. Y el hombre dentro del hombre notó que la sutil diferencia entre haber nacido y haber llegado. Frente a un acantilado, alto y sin viento, observó por primera vez el espacio entre las cosas, la distancia que separa las piedras del mar. Allí se preguntó lo que todo mortal, valiente o cobarde debe saber en su paso por este mundo. Comenzó con la más simple, se preguntó quien era. No esperaba respuesta ni la obtuvo, porque ya no la necesitaba. Supo que en el interrogante estaba contenido el germen de lo que buscaba, que el magma de visiones en su mente y en su alma solo eran fantasmas sin entidad, sin cometido. Allí observó por primera vez que los vientos no tienen enemigos, que el vacío existía para llenar de ansias a los seres. No se había hecho sabio y ni siquiera podía explicar lo que sentía. Tampoco lo necesitaba. No había ninguna emoción presente, sus miedos echaron a andar sin rumbo como perdidos y sus gustos por la sal y la carne ni ...
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Para aquella que conoce mis secretos, y de la herrumbre decanta como un bálsamo mis agonías, escribo desde el lugar más lejano, lo que ni el viento puede borrar, ni la mañana hacer olvidar Para la seña certera de la marca de fuego que emerge como un grito puro y nuevo la inmensa verdad de su sonrisa. Yo, que no sé reír como ella observo y contemplo sin sueño ni prisa Destellos de lava ardiendo en mi extrañeza Rugiendo y bramando como un lobo enloquecido queda mi simpleza, tan arcaica como perdida Rodando en las esferas del pensamiento abandonado en la cascada incandescente de su ser. Para aquella que logra vulnerar mis muros acorazados mis murallas armadas con cañones de hierro y plomo el verde necesario, la aparente calma del silencio la temida y deseada matriz del todo, Nada me resulta más urgente que desgranar con mis manos el presente. Para aquella que destella, aún en la distancia necesaria retomo mis hábitos de monje laico, y predico y predigo, ante todo ...
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El insensato corrió como endemoniado por las escalinatas hacia la entrada del templo. Allí, agitado y revuelto en su pequeño mundo interior, confundido y sin luces, se arrojó al vacío, cayendo dos mil metros sobre las rocas. Luego de ese acto de aparente locura, los monjes festejaron y comieron masas dulces. Tomaron vino del bueno y bailaron hasta el anochecer tocando sus cítaras y sus platillos de bronce. A la mañana siguiente una dama tocó la puerta. Su vestido era púrpura y oro, sus cabellos negros como el vacío, sus ojos blancos como nubes de verano. Viendo sin ver, habló con el monje portero y le dijo -Debemos irnos, nuestro tiempo ha llegado. El monje portero la miró, hizo una reverencia y se desvaneció en el aire. Y el monje, en su ausencia física, estaba sin embargo soñando. Y el sueño fue el siguiente: "Un niño de unos cuatro años de edad caminaba sobre una fuente de lata repleta de sandías. Del cielo bajaron a inmensa velocidad cien aves con cráneo de metal. Vo...
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En la oscuridad, la sombra parece no hallarse. No puede, no sabe. Por la noche, ella juega a las escondidas, y nosotros deseamos volver a ser. A cada paso que damos nos convertimos más y más en un esclavo de sus designios. Y entonces prendemos antorchas. El fuego atrae a la sombra, la seduce. Se deja tocar por el impreciso fulgurar que emana de su aliento. Fuego y sombra. Una vez más, como en toda la eternidad se miden, se estudian, se repelen y se atraen en la infinita danza sideral PANNAE PHYTON, 1292, "TEXTOS DE LA SUPREMA VERDAD", ROLLOS DE ABRAPHURDA-VEDAN